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Volumen 13
Número Especial

Junio 2017
Publicación: Junio 2017
Retoños de Éros:
grafías y cinematografías
platónicas


Resumen

En el Fedro de Platón, dos filósofos se alejan de la ciudad y se adentran en la naturaleza. La huida no es accidental: se distancian de todo, para acercarse a las ideas y misterios de la filosofía. Sin embargo, y casi sin darse cuenta, los filósofos traspasan caminando la línea entre lo profano y lo sacro, y con ellos la traspasan sus discursos. Este pequeño relato, entonces, guía a los lectores por ese mismo camino que recorrieron los personajes y los invita a envolverse en los olores, sabores y sonidos de la sagrada campiña ateniense.

Palabras clave: Platón | Fedro | Amor | Dioses

Abstract English version

[pp 47-48]

Bajo la mirada de los dioses

Mariana Beatriz Noé

Universidad de Columbia (Estados Unidos)

Recibido: 6/12/2016 – Aprobado: 1/2/2017

Sócrates y Fedro descansan bajo la sombra de un plátano. Marcando el límite entre el orden citadino y la barbarie natural, las murallas de Atenas vigilan desde lejos a estos dos fugitivos. Pero la barbarie lo incluye todo: incluye lo bestial y lo divino, incluye lo conocido y lo que todavía se está por conocer. No es el contenido aquello que distingue a la barbarie, sino la organización de sus elementos.

Sócrates y Fedro juegan en la mullida hierba. Fingiendo seguir a un discurso, se escaparon de Atenas. Fingiendo admirar a un orador, se admiraron el uno al otro. Fingiendo adorar a unas cigarras, elogiaron a todos los poetas. [1]

Sócrates y Fedro están rodeados de ruidosas divinidades. Quien los guió hasta el plátano fue el dios Iliso; hasta Pausanias (el geógrafo griego que recorrió toda Grecia durante el segundo siglo A.D.) relata la emoción con la cual los atenienses cuidaban de este sagrado río. [2] A su vez las Ninfas, deidades usualmente asociadas con los ríos, aparecen escondidas en diferentes partes del diálogo y terminan atrapando al mismísimo Sócrates. [3] Finalmente, quien acoge a los personajes bajo sus hojas es el imponente plátano, que Fedro mismo identifica como una divinidad silenciosa de la llanura. [4]

Sócrates y Fedro han cambiado el incienso de los templos por las “dulces flores” (Fedro, 230b) de la llanura. Solo queda preguntarse si fue la belleza de este locus amoenus la que causó que todas las divinidades errantes por las llanuras fueran a refugiarse allí, o si la presencia de tantas divinidades volvió amoenus al locus.

Sócrates y Fedro se han degustado el uno al otro bajo la mirada de los dioses, y finalmente se preparan para volver a la ciudad. Sin embargo, antes de abandonar la naturaleza, Sócrates pronuncia una plegaria al dios Pan, [5] al cual generalmente encontramos representado tocando la siringa, rodeado de ninfas. [6] Este rezo que oficia a modo de cierre del diálogo es revelador: los ruegos a los dioses son casi inseparables de los lugares en los cuales estos son llevados a cabo. Así, un inocente rezo es en realidad la pista que nos da Sócrates para que nos demos cuenta de que los interlocutores no han huido de las demarcadas murallas de Atenas hacia la salvaje naturaleza, sino que han escapado de la salvaje ciudad hacia los demarcados límites (témenos) de un santuario natural.

Y así termina el Fedro, único diálogo platónico que se desarrolla adentro de un templo.


[1El mito de las cigarras (Fedro, 259b-d) así como el de Bóreas y Oritia (229b-c) son relatos autóctonos atenienses en tanto podemos encontrar elementos de estas narraciones de Platón en las representaciones de ellos en jarrones, cuencos para libaciones y vasos funerarios. El caso de las cigarras es especialmente interesante: estos insectos simbolizaban la idea de inmortalidad y los atenienses las creían sus ancestros. Es por esta razón que encontramos cigarras en monedas atenienses, usadas como prendedores por los guerreros de la batalla de Maratón (490 BC) o pintadas en el fondo de cuencos de libaciones encontrados en Atenas. Incluso Aristófanes se ríe en los últimos versos de su comedia Caballeros (línea 1331) de los que portan una cigarra “en el ojal”. Por último resulta interesante que, aunque Sócrates intente huir de Atenas, la cultura y el trasfondo mítico de su pólis lo ha seguido hasta las afueras de la ciudad, como él mismo hizo con Fedro.

[2Descripción de Grecia I.19.5. Resulta interesante notar que el fluir de este río (rheō) se vuelve el paralelo natural para la elocuencia o “buen fluir” (eúroia) de Sócrates en Fedro, 238c.

[3Sócrates se da cuenta de que está “tomado por las Ninfas” (nimphólēptos) en Fedro 238d.

[4Fedro, 236d-e. La asociación entre árboles y divinidades no era extraña en la Grecia de Platón: encontramos árboles tanto en el culto a Hera en Samos (donde se veneraba el mítico “árbol casto” o “árbol del sauzgatillo” bajo el cual Hera había nacido) como en de Artemisa Endendros o “Artemisa de los árboles” (déndron significa “árbol” en griego). Incluso en el mismo Fedro podemos encontrar un segundo árbol divino: en 275b se hace referencia al culto de Zeus en Dodona, el cual tenía como uno de sus protagonistas a un roble sagrado.

[5Fedro, 279b-c.

[6Como por ejemplo en el bajorrelieve “Nani”, que hoy en día está en exhibición en el Staatliche Museen zu Berlin (objeto 709 de la colección Antikensammlung) y que fue encontrado bajo el estadio Panatenaico de Atenas. Cabe destacar que el estadio estaba ubicado sobre la orilla del río Iliso.


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