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Volumen 9
Número 2

Abril 2014 - Agosto 2014
Publicación: Abril 2014
Número Especial:
Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea
Escritos sobre cine,
publicidad, ética y política


[pp. 49-63]

Ignacio Lewkowicz: un historiador de la actualidad

Diego Zerba

1. Presentación

Buenas noches. Comienzo por agradecer a María Massa haberme facilitado una clase desgrabada de Lewkowicz, que había conservado de un posgrado que dirigíamos con ella hace muchos años atrás; también a Juan Jorge Michel Fariña –Profesor Titular de la cátedra Ética y Derechos Humanos de la Facultad de Psicología/UBA– quien me facilitó una reconstrucción de la última clase que dictó Lewkowicz en su condición de Profesor Adjunto; y, desde luego, a Tomás Abraham por brindarme la oportunidad de exponer por segunda vez en este clásico porteño que es el Seminario de los Jueves. La primera vez fue hace veinte años y hablé sobre la Ética en Lacan. Por entonces gobernaba Raúl Alfonsín y se hablaba para el estupor nacional y popular de privatizar Aerolíneas Argentinas; había una red ferroviaria que comunicaba todo el país; existían la Unión Soviética y el muro de Berlín; y el gobierno de Ronald Reagan apoyaba a los valientes combatientes de Ben Laden que luchaban en Afganistán contra el Ejército Rojo. En síntesis, era otra era geológica. Como hijo pródigo me ausenté estos años, hasta que hace poco volví una noche, no me esperaban, con una botella de vino y algunas ideas de lo que había pasado en este tiempo. Por eso este ciclo dedicado a pensadores de la historia argentina, me da la oportunidad de pensar lo que aconteció en estos años recordando a un pensador brillante como fue Ignacio “Nacho” Lewkowicz.

Nació el 16 de agosto de 1961 y falleció el 4 de abril de 2004. Historiador por formación y vocación, si bien se especializó en el siglo IV a. C. (se presentaba irónicamente de esa forma, diciendo que había elegido esa especialidad para que nadie le cuestione nada) e hizo su tesis de grado sobre Esparta, tuvo su mayor producción en lo que él llamaba “subjetividad contemporánea”. El conjunto de su producción puede distribuirse en cuatro momentos, que yo acompañé parcialmente en su elaboración por una amistad breve y profunda que mantuve con él. Designo a esas secuencias con los nombres de los colectivos más significativos que el integró y / o convocó, que no transcurren necesariamente en una sucesión cronológica en el que uno sustituye al anterior, sino que en un desarrollo temporal uno de esos nombres predominó sobre los otros:
• Acontecimiento.
• Oxímoron.
• Historiadores asociados.
• Estudio Lewkowicz.

2. Acontecimiento

Cuando se habla de un amigo, también se habla un poco de uno. En este marco quiero referirme a cómo nos conocimos con Nacho.

Durante muchos años me nutrí de una ensalada que me resultaba apetitosa, aunque en realidad se excedía en el condimento y me hacía exhalar cierto mal aliento entre los que me rodeaban. Ahí juntaba: psicoanálisis, trotskismo, y grupos de estudio con Raúl Sciarreta. Por mediados de los años ochenta me encontré en uno de los grupos sciarretianos con Raúl Cerdeira, quien había redescubierto al filósofo francés Alain Badiou en un libro desconocido por entonces. Su título era Teoría del Sujeto. Anteriormente Badiou había saltado a una discreta popularidad entre los intelectuales de los años setenta, por una discusión mantenida con el yerno de Jacques Lacan, Jacques Alain Miller, sobre el concepto de modelo. Así me convertí paulatinamente en un lector de Badiou.

En el año 1991 presenté un documento en el congreso del Movimiento al Socialismo (MAS) -partido en el cual militaba- sosteniendo la tesis de Badiou sobre el agotamiento de la categoría de representación política. El documento nunca se publicó en los boletines internos del congreso, no obstante se discutió. Los más extremistas opinaban que me tenían que tirar al Riachuelo y los más moderados al Río Matanza; otros más estratégicos pensaban que era necesario pensar la creación de gulags una vez que se tomara el poder, mientras que algunos jóvenes que me conocían de la Facultad de Psicología bregaban por salvarme la vida. Un tiempo después me reencontré con Cerdeira, a quien no veía desde que se disolvió el último grupo de estudio con Sciarreta que integré, y aceptó publicarme el texto del documento en su revista recientemente creada: Acontecimiento. Por entonces, también, me invita a participar de la redacción de la revista. Allí lo conocí a Ignacio Lewkowicz, corría el año 1992.

El provenía del Partido Comunista, del cual había mamado toda la vida porque sus padres militaban allí desde siempre. Piensen que pese a que constituían una familia judía, no fue circuncidado en nombre de la nueva tradición comunista. Al poco tiempo de comenzar la crisis del PC y luego de una crisis personal muy fuerte que sus médicos del partido denominaron “enfermedad psicosomática”, el padre de Nacho muere.

No nos encontramos en el mejor momento de ninguno de los dos. Por entonces él hacía las correcciones de la revista, y cuando me lo presenta Cerdeira, sin siquiera saludarme me observa que el título del libro de Rodolfo Walsh, que yo citaba en un artículo, no era Vacaciones en rojo (como puse) sino Variaciones en Rojo. Tengo presente que me hizo recordar abruptamente que ese año no podía tomarme vacaciones por razones económicas. El tampoco pudo tomárselas, por eso durante aquel verano la pasamos en Buenos Aires chupando cerveza, y nos hicimos amigos. También quedó picando que el rojo de la política, a un año de la disolución de la Unión Soviética, pasó a ser el rojo de la bandera de remate. A ninguno de los dos ya nos servían los ases en la manga de siempre: ni el fortalecimiento del socialismo en un solo país, ni la revolución política de los estados obreros burocratizados.

Cerdeira -desde el primer número de la revista- planteaba que el marxismo se había agotado y era necesario volver a pensar la política. Por eso en el punto 7 de su Manifiesto Político afirmaba: “El pensamiento de Marx constituyó el acontecimiento político del último siglo y medio. Su productividad histórica y capacidad para crear la política están acabadas” (Acontecimiento N º 1, 1991: 12).

Por entonces Cerdeira se había convertido en el epígono oficial de Badiou en la Argentina, y bajo el paraguas del proyecto badiouiano de crear una gran lógica -como la de Hegel- nos largamos a recuperar la bandera roja de la política (mientras que Menem la usaba para rematar los bienes del Estado argentino).

En aquella entrega inicial de Acontecimiento (con precio en australes), Lewkowicz publica su primer artículo junto a tres coautores: R. Hora, J. Vezub, F. Wasserman. Su título es ¿Fin de la historia? La política no se rinde. Junto a los nombres de los autores figura la siguiente leyenda: “historiadores en ciernes, es decir, en crisis” (Historiadores en ciernes, en crisis, 1991: 88). Así comienza una metodología de autoría colectiva que mantiene en buena parte de su obra. Este artículo parte de la entonces publicitada tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia. Para su crítica toman de la gran lógica badiouiana: el agotamiento de la representación como categoría política y su reducción al dominio del número. No sólo el agotamiento de la representación de los ciudadanos en la democracia parlamentaria, sino también la del proletariado por el partido revolucionario, o de la nacionalidad por el caudillo fascista. A cambio de la representación, Badiou plantea la intervención en donde se presenta la política, partiendo de la premisa que agotada la representación, el Estado quedó vaciado de política y limitado al ejercicio de la gestión. Es decir que la legitimidad en el Estado ha quedado circunscripta a la mecánica de contabilizar una cantidad, sin la cualidad de una política. Ahora perdió fuerza la concepción de aquellos años, que consideraba el triunfo electoral como condición suficiente para hacer cualquier cosa. Para Badiou el número no tiene nada que ver con la política y la define como la invención que produce una ruptura con el lazo social de una época. Esta definición será revisada posteriormente por Lewkowicz, al final de su obra.

Con esta clave, los “historiadores en crisis o en ciernes” formulan: “Nuestro argumento plantea que, pese a todo, es posible distinguir una formulación ideológica y una formulación política de la tesis del Fin de la Historia. La primera sostenida por Fukuyuama, enuncia: se acabó la historia porque la democracia liberal consuma la Representación completa, ideal de toda historia. La segunda sostiene que bien puede haber acabado la historia, porque se acabó el circo de la representación como forma de legitimación, como forma de despliegue de las potencias que ya estaban de antemano” (Historiadores en ciernes, en crisis, 1991: 71, 72). En consecuencia, dicen más adelante: “Donde termina la historia (por cierre de la gestión representativa) nace (irrumpe) la política” (Historiadores en ciernes, en crisis, 1991: 73).

En el número 2 de Acontecimiento (publicado el mismo año) Lewkowicz, sin coautores, reflexiona: “En el número anterior habíamos intentado una lectura militante del fin de la historia de Fukuyama. Habíamos señalado que una de las grandes dificultades para una actitud militante era el terror que despertaba la sospecha de haber estado combatiendo en el lugar equivocado. ¿‘No nos estarán saqueando las convicciones? ¿Por qué creíamos necesario que algo falte a la representación, para militar por conseguirle un buen lugar en la escena? ¿No habremos sido la buena conciencia de la burguesía clamando por un lugar para los desdichados? ¿No habremos militado para conseguirle a todos la ocupación efectiva del lugar que la burguesía nos había prometido en el regazo parlamentario” (Lewkowicz, 1991: 63). Concluye que: “No hay lugares de militancia política. La forma – partido de la política ya agotó su ciclo. Para restituir la política hay que destruir activamente la sólida razón de partido (…) Lo que está efectivamente agotado es la forma – partido de la política” (Lewkowicz, 1991: 65).

Amparado por la soledad autoral, Lewkowicz se plantea un tema que será decisivo en la última etapa de su vida: poder reinventarse a sí mismo. En este caso reinventarse fuera de la sólida razón de partido. Para poner un ejemplo de tono menor (o no) en materia de reinventarse, digamos que fascinado por el equipo de Scalise y Ardiles, en 1976 sacó el banderín de Boca que tenía en su cuarto y se convirtió en hincha de Huracán.

En tanto que reinventarse como militante significa dejar un modo de sostener los valores: el modo programático, sustancial, estatutario (Lewkowicz, 1991: 75). Para Nacho, el militante reinventado es la subversión de Matrix recargado; no es más un miliciano sino un artista. Su arte no es reforzar el suelo de una doctrina, no abonarlo reenviando cada situación política –como fue el 19 y 20 de diciembre de 2001- a confirmar lo que ya sabíamos sobre la explotación o la lucha de clases; por el contrario, su intervención es nombrar el vacío de una situación. En una lectura no marxista del marxismo –como decíamos los badiouianos de los años noventa- Carlos Marx nombra como movimiento obrero revolucionario el vacío del Estado burgués, que sólo era capaz de nombrar y contar ciudadanos. Ese supernumerario nombrado como movimiento obrero revolucionario arruinaba la lógica de su estructura.

Entre el fin de la historia y el nacimiento de la política, hasta el arte del militante reinventando, trascurre el periodo Acontecimiento. El comienzo de su alejamiento de la revista, como el de otros, fue por un serio problema político inherente a una concepción universal masculina: las mujeres. La idea de una organización que decrete una “buena sexualidad” para sus miembros puede causar estragos. En este caso las influencias parisinas a favor de una consensuada circulación sexual entre hombres y mujeres terminaron en un despelote de celos. Había retornado un viejo problema de la militancia, que encontró uno de sus mayores hitos con la pelea entre Leon Trotsky y Diego Rivera por Frida Kahlo (algunos sostienen al día de hoy que Rivera tuvo algo que ver con el asesinato de Trotsky). Otros hitos menos trágicos y más risueños sobre la “buena sexualidad” eran las recomendaciones democráticas del Partido Posadista, para hacer el amor sin que ninguno de los partenaires se ponga arriba del otro; o las discusiones que planteaban algunas militantes dentro de las células del Partido Socialista de los Trabajadores (nombre del trotskismo morenista anterior al MAS) en plena clandestinidad, reclamando tener orgasmos en serie con la adaptación de una vieja consigna: por cada orgasmo del hombre, la mujer debe tener cinco (“cinco por uno” casi no queda ninguno de nosotros, sin necesidad de la represión). En el otro extremo estaba, por ejemplo, el caso de Paco Urondo cuestionado por la conducción de Montoneros, que influenciada por el costado cristiano de su origen le criticaban los amoríos que mantenía con varias compañeras.

Tiempo después traté de pensar lo que pasó, partiendo del amor sin Estado, sin partido, sin colectivo; en la imposibilidad que Aquiles y la tortuga estén a la par. No hay una para el otro, ni unas para el otro, ni otros para una: todo intento de distribución fracasa y reduplica malestar. En eso me detengo al final del libro Aldea Panóptica, en un capítulo que denomino Erótica del fin de los tiempos. Cualquier paridad (más allá del número y la valencia de los elementos) en nombre del progresismo, o en nombre de la monogamia, o en nombre de la genética, concluye en lo peor.

3. Oxímoron

El segundo periodo es Oxímoron, colectivo con el que escribe, imprime y publica el libro La historia desquiciada (1993). Sus integrantes son: Marcelo Campagno, Silvina Cucchi, Paula Felix–Didier, Ignacio Lewkowicz, Paola Miceli, Alejandro Morin, y Román Mussi. El nombre está tomado de la retórica, que dentro de las figuras literarias es una de las figuras lógicas. Consiste en armonizar dos conceptos opuestos en una sola expresión, formando así un tercer concepto, cuyo significado se desprende de su interpretación lógica.

Así de las viejas pasiones del militante reinventado, pasa a reinventar el oficio de historiador. Con nuevo colectivo y nueva clave no propone solamente la crisis del historiador con el fin de la historia, sino que se propone en este caso reinventar el lugar del historiador. Como en el periodo anterior planteaba la subversión del militante revolucionario, ahora lo hace con el historiador romeriano. Dicen los historiadores cernidos de Oxímoron: “El historiador se imponía, como postulaba Romero, el deber cívico de una justificación de su oficio por que su oficio era justificable ante la mirada de la sociedad” (Oxímoron, 1993: 9). Más adelante agregan: “El discurso histórico, lo que se llamaba Historia, en los dos últimos siglos funcionó como dispositivo de pensamiento hegemónico en el campo cultural. Se historizaron las filosofías y las ciencias naturales, se historizó la política, se historizó la cultura toda. Sin embargo, hoy, esta hegemonía cultural del discurso histórico –modo general de la racionalidad, modo universal de donación de positividades, principio cultural global de interpretación del mundo y la sociedad- ha abdicado en nombre de los dispositivos técnicos del Fin de la Historia (Oxímoron, 1993: 10, 11). Por lo tanto a cambio de justificar el oficio de historiador, se plantean “repensar los modos específicos de la historicidad de la propia disciplina” (Oxímoron, 1993: 11). Es decir que hay una traspolación de los historiadores en crisis y en ciernes, a la historia como disciplina en crisis y en ciernes.

Con Oxímoron formula que el discurso histórico es propio del Estado Nación, y que los nuevos macro estados no remiten a la idea de una nación preexistente. En ese sentido la legitimación histórica quedó reemplazada por la legitimación técnico–administrativa. No importa la tradición de los partidos políticos: si son de izquierda, de derecha, o de lo que fuere, tampoco importa que se configuren como partidos políticos; lo importante de los gobiernos que gestionan es la eficiencia mostrada en datos cuantificables, aunque este cuestionada la metodología con los que se alcanzaron. Para poner un ejemplo: los índices del INDEC. A diferencia de otros gobiernos peronistas anteriores, este gobierno no controla los precios sino la construcción de los índices.

O sea que Oxímoron está sosteniendo que el desquicio de la historia se extiende al de la racionalidad, que la tenía como “principio cultural global de interpretación del mundo”. Entonces puede inferirse que el replanteo de los modos específicos de la historicidad, supone un corrimiento del discurso metafísico que tiene a la Aufhebung como negación de la negación que implica “suprimir, anular/elevar, ascender, por medio de una tercera posibilidad semántica que se resuelve, aproximadamente, como relevar: suspender y destacar a la vez, la concurrencia doble y contradictoria en una misma mención: la interiorización cognoscitiva que se produce en la "apropiación" del mundo por el pensamiento”. La ironía del nombre Oxímoron desplaza la semántica implicada en un mundo apropiado por el pensamiento, a la construcción sin sustancia de una figura retórica que puede deconstruirse o desmontarse. Por eso no orientan la reflexión a la historia sino a la historiografía -como escritura de la historia- y hacen una lectura del texto de Tulio Halperin Donghi: Una nación para el desierto argentino. Es decir que no interpreta el momento historico al que se refiere el libro, ni hace un balance global de la obra de Halperín Donghi, ni tampoco se refiere a la concepción explícita que defiende, sino que su tema es la construcción del texto. La tesis de Oxímoron es que Una nación… clausura el ciclo de interpretaciones racionalistas de la historia.

En principio sostienen que Una nación… no se ajusta al género de los libros de historia. Especifican diciendo que no se adapta a las posiciones de lector que establece. Ellos suponen que el lector del género es un lector racionalista, que busca en la lectura una unidad de sentido que no puede hallarse en ese libro. Así ubican el texto en una posición de borde respecto a la problemática racionalista. Aquello que queda fuera del la problemática racionalista son los síntomas, que escapan a las ideas claras y distintas de Descartes y se definen por su carácter equívoco, su posibilidad de ser otra cosa (en sintonía con Louis Althusser). En esta línea dicen que: “La lectura historiográfica interroga un texto por su inscripción en una problemática y por el lugar que ocupa en su desarrollo” (Oxímoron, 1993: 44, 45).

El método que toman para la empresa historiográfica que decidieron tiene dos pasos:
1. Detección de los síntomas.
2. La interpretación de los síntomas.

Ordenan los síntomas que detectan en cuatro registros:
• Hipótesis central del contenido del texto.
• Gramática lógica del texto.
• Lector generado por el movimiento del texto.
• Lo modos de enunciación por los que son puestos en circulación los enunciados.

La hipótesis central de Una nación… es el desacople entre el balance de la elite letrada que hace del rosismo y el legado efectivo del rosismo del periodo rosista. En este marco Halperin Donghi señala que la elite supone un Estado dejado por Rosas que en realidad no existe. Montaba un diagrama de la nación a construir (vuelta a los ideales de mayo, educación, etc), sobre un Estado inexistente. El análisis de Una nación… se interrumpe en el ochenta con una aporía insalvable, dicen los historiadores de Oxímoron: “no porque se hubiera consolidado la nación, sino porque, como subproducto de las acciones emprendidas para forjar la nación a partir de un inexistente Estado supuesto existente, quedaba constituido el Estado – prerrequisito perentorio de todo proyecto de nación (…) ¿Fue la acción de los proyectos la causante de la emergencia del Estado? No, porque el Estado se suponía existente. ¿Fue el automatismo de la estructura el que forjó el Estado a espaldas de los autores de proyectos? Quizá. Y un quizá no muy enfático, ni siquiera expreso. ¿Qué razón se hace cargo del efecto consistente llamado Estado nacional? ¿O es que acaso tal efecto no resulta de la racionalidad de los sujetos ni la racionalidad de la estructura? En tal caso absurdo ¿Qué se ha hecho del principio incuestionable de razón suficiente?” (Oxímoron, 1993: 25). Entonces el texto examinado no parte de un conocimiento claro de la situación: punto de partida de una acción racional. Ahí comienza la equivocidad del síntoma y la posibilidad de interpretarlo. Si la equivocidad del síntoma remite a otra cosa, quiere decir que queda un elemento excluido, y según los historiadores de Oxímoron es el que al nombrarlo desarticula la consistencia de la problemática. Es su vacío que al nombrarse, o sea al inventársele un nombre supernumerario a la lengua de la situación, la estropea. Para decirlo todo, la tesis del agotamiento de la problemática racionalista es el vacío nombrado con la lectura historiográfica que hace Oxímoron de Una nación… El fin de la historia queda planteado como el fin de la concepción hegeliana de la historia en la que se realiza la razón. ¿Habrá otra? Veremos.

Sobre la gramática lógica del texto afirman que es aquella que lo hace transparente por el principio tercero excluido y de razón suficiente. El retorcimiento y la oscuridad de Una nación… hablarían de su ausencia.

“El lector generado por el movimiento del texto –dicen– tampoco aparece claro. ¿Cómo leer el texto? ¿Qué posición nos abre para entenderlo? Partimos de una tesis: es un texto histórico, la misma noción de sujeto que opera en el texto como clave de inteligibilidad del proceso en cuestión opera también como lector “natural” del texto. El mismo sujeto que hace la historia narrada es el lector natural de esta historia. Le está destinada casi personalmente. El lector natural del texto es la versión actual del sujeto de la historia. El lector natural de un texto no es un destinatario exterior y preexistente, es el lector generado por el movimiento mismo de la escritura (Oxímoron, 1993: 26)

Respecto a los modos de enunciación por los que son puestos en circulación los enunciados, comienzan diciendo: “El lugar de enunciación del texto es bien confuso. El autor no está absolutamente borrado, como en el género expositivo del discurso histórico clásico –una historia que se narra sola, sin enunciación que se haga cargo de los enunciados–. Pero el autor tampoco está presente claramente, como en el género ‘artículos’ del discurso histórico: polémicas, ponencias en congresos, debates internos de la comunidad de pares. La historia no se narra sola, ni la narra un sujeto: no la rige una enunciación racionalista. No hay una voz clara que le asigne su lugar y significado a todas las voces puestas en juego en el texto. Y sin embargo producen efectos de sentido. Tal puesta en acto de una enunciación no racionalista indica que se está hablando desde otro lugar, se tenga en claro o no desde donde” (Oxímoron, 1993: 26).

Casi al cierre, la crítica de Oxímoron a Una nación… se vuelve particularmente dura:

“Ahora bien, ¿Qué es ese modo caótico de citar? ¿Qué es eso de no indicar las procedencias documentales? ¿Qué es eso de no aclarar quién es el amo de cada voz que resuena en el texto? ¿Qué son esa oscuridad expresiva, ese retorcimiento gramatical, esas veleidades de estilo? ¿Qué son esas alusiones equívocas, esas referencias laterales, esos epítetos oblicuos? ¿Por qué se tolera, en fin, esa parsimonia en la presentación del aparato erudito exigido al historiador desde el primer peldaño? ¿En que no se quiere someter a las pruebas de rigor que el tribunal exige? … La pregunta –para que pueda ser contestada- se debería formular de otra manera. ¿Qué suerte hubiera corrido el texto de no venir amparado por la firma de Tulio Halperin Donghi?” (Oxímoron, 1993: 152).

Concluyen afirmando que los síntomas interpretados como agotamiento de la problemática racionalista no alcanzan para formular la problemática por venir. No obstante Lewkowicz logró en esa elaboración colectiva avanzar sobre la crisis de los historiadores en ciernes: interpretar que los síntomas de Una nación… son solidarios a los del fin de la historia, a saber, el agotamiento de la problemática racionalista.

4. Historiadores asociados

…será que las cosas no vuelven al mismo lugar
Andrés Calamaro

Un discurso críptico tiene una paradoja: cuando es eficaz modifica una realidad, y cuando modifica una realidad deja de ser eficaz.
Ignacio Lewkowicz

En la tercera secuencia de su obra se destaca un nuevo colectivo: Historiadores Asociados. Superada la irrespetuosa prueba de fuego con Halperin Donghi, ya no tiene ningún empacho para promover una asociación de historiadores. Una asociación advertida que, muerta la problemática racionalista, vive la historia en la multiplicación de situaciones. No como una sustancia que no se altera a lo largo de su desarrollo, no como la actualización de determinaciones preexistentes, sino como una novedad sujeta a una lógica propia e intransferible. El trabajo fundamental dentro de este equipo de historiadores lo escribe y lo edita (no lo imprime) con Marcelo Campagno. Se trata de La historia sin objeto. Prácticas, situaciones, singularidades (1998). En este contexto superar la problemática racionalista implica ir más allá del fin de la historia. Así lo formulan en la contratapa del libro:

“¿Es posible una disciplina sin objeto? Hace tiempo que han acallado los últimos rumores en torno al fin de la historia. El fin de la historia, por ejemplo, puede comprenderse como fin de la posibilidad de la categoría historia como condición fundante del discurso histórico (…) El nuestro es el tiempo de la imposibilidad de una teoría de la historia. Es el tiempo del desvanecimiento del objeto unificado, otras herramientas y otras estrategias permiten pensar situaciones histórico-sociales singulares, configuraciones precarias de prácticas en redes cuyas especificidades evaden cualquier intento de incorporación a algún continente universal" (Campagno y Lewkowicz, 1998)

Para ello entablan una nueva polémica, ahora con Maurice Godelier, quien es considerado como uno de los fundadores de la antropología económica francesa, con investigaciones que se orientan hacia el estudio de la estructura de las sociedades "precapitalistas". Es especialista en las sociedades de Oceanía. Este autor fue asistente de Claude Lévi–Straus, y se planteó una articulación entre el materialismo histórico y el estructuralismo en los años sesenta. Con esta nueva controversia –en clave heideggerana– muestran en este autor un epígono de la historia como disciplina que ha seguido esta genealogía:

• La decisión antigua de privilegiar la permanencia sobre el devenir.
• La decisión moderna de investir a la física como ideal de cientificidad.
• La decisión contemporánea de asumir la unidad del ser y el devenir bajo la forma de progreso.

En resumen, la metafísica le marca este derrotero: de la permanencia sobre el devenir al objeto unificado (como ideal de la física moderna), y de la unidad del objeto a su asunción como ciencia que estudia el devenir como realización de la razón absoluta (Hegel). De tal forma mientras Godelier muestra que el desarrollo que media entre las sociedades primitivas y las capitalistas sigue la unicidad del desarrollo de las fuerzas productivas conforme estudia el materialismo histórico, Campagno y Lewkowicz afirman que está lógica ya es insostenible en función del agotamiento de la problemática racionalista como causa del fin de la historia. Por eso tomando distancia de Badiou señalan que no hay una gran lógica que permita pensar la historia como un único movimiento, y saldando la deuda de ir más allá del agotamiento de la problemática racionalista, formulan la posibilidad de pensar prácticas en situaciones singulares. Volviendo a su oficio de historiador de la antigüedad, Lewkowicz junto a Campagno toman un “módico recorrido” por dos situaciones (a cambio de la presuntuosa “gran lógica”):
1. Comunidades pre-estatales del valle del Nilo.
2. Estado egipcio.

En las primeras ubican la hegemonía de las prácticas de parentesco, subordinando todas las prácticas de la situación a ese manojo de comunidades ribereñas sin que cada comunidad tenga relación con el exterior. En los intersticios de esas prácticas pre-estatales, el Estado de los faraones impone las prácticas estatales, fundando una burocracia y extendiéndose más allá del valle del Nilo. No obstante el Estado no termina con el sistema de parentesco, sino que –como dicen estos historiadores asociados- :

“Por paradójico que parezca, la emergencia de la práctica estatal sometería al parentesco al doble régimen de la permanencia y de la alteración. Permanencia, por cuanto la práctica del parentesco mantenía en la situación estatal su capacidad de articular el ámbito comunal. Alteración, por cuanto ya se trataba de otra práctica, en la medida en que esa articulación de los espacios comunales se hallaba subordinada ahora a la existencia de una nueva práctica dominante, que prescribía al parentesco nuevas funciones y cometidos (…) ¿Cuál era la función del parentesco en la nueva situación egipcia estatal? Su función era ahora la de articular un espacio social –la comunidad- que, como un todo, se subordinaba a su vez a otra lógica, radicalmente divergente de la suya propia. Así, por ejemplo, cuando el Estado exigía tributo de las comunidades, la práctica estatal se hacía presente: en un polo de la relación, el Estado, equipado con el monopolio legítimo de la coerción; en el otro, las comunidades, subordinadas a la voluntad de aquel. Ahora bien, para proveer a sus requerimientos, los integrantes de cada comunidad debían intensificar los vínculos de reciprocidad –propios del parentesco- para poder obtener una producción mayor y así saciar las demandas estatales. Antiguos vínculos, devenidos otros por efecto de su emplazamiento en una nueva situación histórico social” (Campagno y Lewkowicz, 1998: 55).

Un par de años antes a la publicación de este trabajo, Lewkowicz ingresa a la cátedra de Psicología, Ética y Derechos Humanos de la UBA como profesor adjunto. Como anticipo de lo que iba a ser su desarrollo posterior, pensaba de este modo la problemática de la materia: la decisión ética es una declaración de singularidad que arruina la consistencia del discurso moral de una época. Un ejemplo de la literatura es Antígona. También por entonces dio una clase en un curso de posgrado que dictábamos con María Massa en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, llamado Dimensión Histórica del Psicoanálisis. Allí argumentó que el desarrollo del psicoanálisis lacaniano durante la dictadura fue por el relevo circunstancial que hizo del pensamiento político. No como consecuencia de ninguna sustancia maligna del pensamiento de Lacan, sino más bien por la incapacidad de la militancia de pensar a la dictadura como consecuencia de una derrota del pensamiento político y no como una mera derrota militar.

El estudio de las prácticas en su singularidad conduce al auge del último colectivo formado por Nacho: Estudio Lewkowicz.

5. Estudio Lewkowicz

En este emprendimiento tiene un lugar fundamental su compañera, la semióloga Cristina Corea. Con la clave de la singularidad de las prácticas y la subjetividad contemporánea abren un abanico de servicios que incluye: asesoramientos y capacitación, entre otros. Un emprendimiento que va tener un gran impacto cultural y económico. Hacia los inicios del gran momento del Estudio… nace el hijo de Cristina y Nacho: León. Recuerdo que cuando me llama Nacho -eufórico por la noticia que iba a ser padre- lo primero que me aclara con humor es: “no vayas a pensar que le pongo León por Trotsky”. Quizás por el vicio de mi oficio de analista no pude dejar de escuchar una denegación. En fin…sigamos adelante. León llega con un pan bajo el brazo y no con un pico clavado en la cabeza: luego de su nacimiento se iban a ocupar con gran resonancia de la práctica educativa. Corea y Lewkowicz trabajan con gran reconocimiento en esa área y escriben juntos dos libros importantes: ¿Se acabó la infancia? (Corea–Lewkowicz, 1999) y Pedagogía del aburrido (Paidós, 2004). Plantean que no hay más niño a partir del agotamiento de las instituciones instituyentes de la infancia: la familia y la escuela. No hay institución de la infancia, en tanto no hay ciudadano del mañana para formar, porque ni siquiera hay ciudadano. Ha mutado en consumidor. En esta situación la escuela ha quedado despoblada de prácticas estatales y se ha convertido en escuela–galpón. A partir de este diagnóstico proponen pensar la escuela sin Estado. En la misma tesitura Cristina escribe con Silvia Duschatzky un best seller del género: Chicos en banda (Duschatzky–Corea, 2002), que es el resultado de una investigación que efectuaron en escuelas marginales de Córdoba durante los años 2000 y 2001, en el marco de un convenio entre la Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba y la FLACSO, con apoyo de UNICEF. Allí plantean que: “la escuela no está en el discurso de los chicos. Cuando decimos que no está en el discurso no decimos que no es pronunciada, dicha, explicitada. Lo que decimos es que no son registradas sus marcas" (Duschatzky–Corea, 2002: 10).

Por mi parte estos libros me fueron muy útiles para mi actividad como asesor en la Dirección de Educación Especial de la Provincia de Buenos Aires, que desarrollo desde el año 2000.

El año 2001 encuentra a Nacho con el Estudio… funcionando a full. Cuando se produce el 19 y 20 de diciembre está de vacaciones con su familia en Valdivia (Chile). Desde allí manda y recibe notas de sus amigos, que iban a dar lugar a uno de los libros más importantes (en calidad y venta) que se escribió al respecto: Sucesos Argentinos. Cacerolazo y subjetividad postestatal (Lewkowicz, 2002). Cabe consignar como antecedente, cuando un grupo de jóvenes que estudiaban con él constituyen el Movimiento 501. Les recuerdo que se organizan para hacer un viaje a Sierra de La Ventana y quedar eximidos de votar en las elecciones presidenciales de 1999 por estar a más de 500 km de distancia de sus domicilios. Si bien los acompañó, tenía vacilaciones ante el encuentro con esa consecuencia de su enseñanza. Era un síntoma que se ofrecía para su lectura, pero no aparentaba demasiado más. Luego del 2001, el 501 iba a mutar en un movimiento de agrupaciones independientes, que aliado con los partidos de izquierda tradicionales desalojan a Franja Morada de la conducción de la FUBA, proclamando un nuevo movimiento estudiantil. Pero al año siguiente quedaron solamente los partidos de izquierda, sin novedades en los modos clásicos de hacer política. En este punto se centra la vacilación de Nacho: la fidelidad (categoría primordial para Badiou) como dimensión consustancial o no de la subjetividad. Moviéndose al compás de esa duda, toma una decisión en Sucesos Argentinos a propósito de los cacerolazos: “La fiesta es un modelo de subjetivación. Otro modelo de subjetivación es el acontecimiento. La diferencia entre uno y otro podrá situarse en la fidelidad. El acontecimiento requiere fidelidad para haberlo sido; la fiesta, en cambio, es una experiencia que concluye en sí –pero ¿quién te quita lo bailado?-.” (Lewkowicz, 2002: 219). Pero ¿qué ocurrió en aquel 19 y 20 de diciembre? En principio la enunciación en singular indica su imposibilidad de entrar en serie con otros sucesos argentinos. En ese orden Nacho recuerda a Giorgio Agamben, cuando dice que un Estado es un Estado en tanto pueda decidir la excepción. Con lo cual un Estado sitúa la excepción como lo que queda por fuera de su regularidad. Qué ocurre cuando la regularidad es la excepción: el flujo de capitales es aleatorio y la excepción queda inscripta como naturaleza del Estado. Si la soberanía del Estado era fijar una regularidad, ergo no hay más soberanía: todo puede ser o no ser. Sube la soja y se transforma en un motín, baja y la quemamos. Ante el desquicio de la problemática racional irrumpe en el 2001 la consigna más sintomática y paradojal: que se vayan todos. ¿Qué posición de enunciación puede oficiar de excepción al todos? ¿A dónde vamos todos? Nacho propone un lugar: pensar sin Estado. Eso es lo que intentamos en una práctica singular: pensar una escuela sin Estado, por ejemplo en mi trabajo, pensando didácticas aleatorias para chicos autistas.

Cuando el conflicto del campo mostraba un monumento al fin de la problemática racionalista, Cobos percibe el retorno del fantasma “que se vayan todos” y no ofrece un voto para una política positiva. Casi por instinto de conservación hace un voto no positivo. Un Estado que resignó la soberanía a la contingencia absoluta del mercado, es lo que Lewkowicz denomina –tomando una figura de Zygmunt Bauman- Estado líquido. En su libro Pensar sin Estado, Lewkowicz anuncia que después del 2001 se dejó la era de las orillas y se ingresó en Oceanía. Solamente hay la fluidez del mercado (cada vez con mareas más veloces), sin ninguna otra legalidad que pueda pensarse desde el Estado. No puede totalizar conforme a su antigua función, dejando fragmentos como consecuencias de su agotamiento. Dice desde otro colectivo suscripto al Estudio… llamado Grupo de los Doce: “Ya no es preciso desligar, romper, subvertir, sino ligar, afirmar, sostener [ostensiblemente toma distancia de Badiou]. Dicho de otro modo, nuestro punto de partida no son las instituciones estatales sino las destituciones mercantiles… Hay conversión de un fragmento en situación cuando la fluidez mercantil ya no cuenta, cuando las condiciones generales son suspendidas situacionalmente por una operación. Por eso mismo, habitar una situación exige tomarla como absoluta, exige que no adquiera su consistencia de un exterior complementario sino de su propia producción, exige que no se componga como una parte del todo sino como una elaboración soberana. En definitiva, hacer de un fragmento una situación implica transformar cada situación en un mundo habitable” (Grupo de los Doce, 2001).

6. Epílogo

Cristina y Nacho mueren en el delta del Tigre a consecuencia de un accidente de lancha, el 4 de abril de 2004, mientras disfrutaban de un fin de semana largo en familia. De los cuatro ocupantes de la embarcación sobreviven milagrosamente una amiga de ellos, propietaria y conductora de la lancha, y León. Como un testimonio irónico que en Oceanía ya no hay orillas, en la tapa del libro Pensar sin Estado que Nacho no llegó a ver publicado, había puesto un dibujo de los canales del Delta. Con respecto a la muerte de Cristina aun hoy en día hay distintas versiones sobre si llegó con vida o no a un hospital zonal, Nacho, en cambio, indudablemente murió ahogado al caer desmayado de la embarcación… en un canal transformado en océano.

Referencias

Duschatzky, S. – Corea C. (2002): Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Buenos Aires: Paidós.

Campagno, M. – Lewkowicz, I (1998): La historia sin objeto. Prácticas, situaciones, singularidades. Buenos Aires.

Grupo Doce (2001): Del fragmento a la situación. Notas sobre la subjetividad contemporánea. Buenos Aires: Grupo Editor Altamira.

Halperin Donghi, T. (1982): Una nación para el desierto argentino. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

Historiadores en crisis, es decir en ciernes (1991): ¿Fin de la historia? La política no se rinde. Acontecimiento Nº 1, 69 – 88. Buenos Aires.

Lewkowicz, I (1991): ¿Fin del partido? La militancia no se rinde. Acontecimiento N º 2, 63 – 93. Buenos Aires.

Lewkowicz, I. (2002): Sucesos Argentinos. Cacerolazo y subjetividad postestatal. Buenos Aires: Paidós.

Oxímoron (1993): La historia desquiciada. Tulio Halperin Donghi y el fin de la problemática racionalista. Buenos Aires: Oxímoron.

Zerba, D. (2007): Aldea Panóptica. Ideas – Situaciones – Prácticas. Buenos Aires: JVE



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