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Volumen 1
Número 1

Septiembre 2004 - Febrero 2005
Publicado: Septiembre 2004
El lugar de la incertidumbre


La Construcción de un Delirio. “El Vientre de un Arquitecto” de Peter Greenaway

“¿Le está permitido al escritor inventar a través de su fantasía los hechos más crudos de la patología?” –se pregunta Freud en 1934 a través de su correspondencia con Arnold Zweig. Ya en 1907, su estudio sobre la “Gradivia” de W. Jensen le había permitido establecer que un sueño extraído de la ficción era analizable con igual derecho que cualquier otro proveniente de la vida real. Asimismo, no vaciló en considerar dicha novela, en su totalidad, como una especie de historial clínico, propicio para la demostración de ciertos conceptos fundamentales de su teoría. [1]

De todos modos, advertía el riesgo de llevar a escena lo que denominaba el “drama psicopatológico”. Según su punto de vista, lograrlo exitosamente exige del dramaturgo la tarea de introducirnos en la misma enfermedad, cosa que se logra mejor cuando podemos seguirla en todo su desarrollo. [2]

También el cine puede ofrecernos la oportunidad para abordar estas cuestiones. La película “El vientre de un arquitecto” (The belly of an architect) fue realizada por el galés Peter Greenaway en 1987, el mismo director de “El contrato del pintor” y “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”.

Es nuestro propósito establecer una puntuación de este filme, proponer una posible lectura que intenta despejar algunas cuestiones vinculadas al desencadenamiento de un delirio. En consecuencia, tomaremos a su protagonista en su dimensión de sujeto, implicado en la trama discursiva que la obra cinematográfica nos propone. Dicha lectura, valga la aclaración, no pretende desempeñar otro papel que el de una construcción sobre el relato de Greenaway. Una de las posibles. Al fin de cuenta, la ilusión de un texto definitivo –como Jorge Luis Borges nos advirtiera- no corresponde sino a la superstición o al cansancio.

Lunes 20 de mayo

Monsieur Boullée:
Espero que no le moleste que le escriba. Siento que lo conozco lo suficiente para hablarle. Creo que mi esposa me está envenenando. Puede reirse pero hablo en serio. Estoy seguro de que es parte de su general animosidad hacia usted.
Suyo con respeto, Stourley Kracklite
(Arquitecto)

–“¡Come un higo!” –Kracklite apremia a su esposa buscando la confirmación de sus sospechas- “Dices que te gustan los higos pero nunca los tocas. ¿Acaso tienes miedo de comer esos higos, como yo?”

Stourley Kracklite, arquitecto estadounidense, ha llegado a Roma acompañado por su esposa Luisa. Lo aquejan dolores de vientre desde su arribo, que los médicos atribuyen a la tensión nerviosa y desarreglos alimentarios. Acaba de cumplir 54 años; lleva con Luisa siete años de casado y aún no han tenido hijos. Ella, de ascendencia italiana, mucho más joven que su esposo, le echa en cara su escasa producción arquitectónica; y no puede entender que su marido haya decidido ocupar los siguientes nueve meses en organizar allí, en Roma, una exposición dedicada, justamente, a otro arquitecto que para algunos, según ella ironiza, no es sino un invento del propio Kracklite.
Se trata de Etienne Louis Boullée, un de los más grandes arquitectos franceses del período neoclásico. Nacido el 12 de febrero de 1728, nunca se caso y, en contraste con un desarrollo teórico inusualmente extenso, fueron escasas las obras que construyó. Entre sus proyectos se destaca un cenotafio en homenaje a Isaac Newton, cuya reproducción en escala será el centro de la exposición y alrededor del cual girará el desenlace de la película. Kracklite afirma haber dedicado diez años a planificar esta exhibición, buscando pistas acerca de Boullée, aguardando la oportunidad e “honrar a este arquitecto visionario, a quien admiré apasionadamente desde que era niño”.
Ahora bien: ha surgido en el protagonista del filme la convicción de estar siendo envenenado, convicción que condiciona sus conductas y se muestra irreductible a toda crítica o intento de disuasión. Rasgos que nos permiten distinguir, no en forma exhaustiva pero sí característica, el desencadenamiento de un delirio. Cabe preguntarse, entonces: ¿qué lo impulsa a entablar en ese preciso momento una correspondencia con un admirado colega, pero fallecido dos siglos atrás?

Para adentrarnos en estas cuestiones es necesario establecer nuevas coordenadas que nos permitan recortar en forma más precisa lo que entendemos por delirio.

“...Una exigencia del orden simbólico, al no poder ser integrada en lo que ya fue puesto en juego en el movimiento dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una reacción en cadena, una sustracción de la trama en el tapiz, que se llama delirio...” [3]

“En función de determinado llamado al que el sujeto no puede responder, se produce una proliferación imaginaria de modos de ser que son otras tantas relaciones con el otro con minúsculas, proliferación que sostiene cierto modo de lenguaje y la palabra”.

Intentaremos articular, a continuación, estas afirmaciones de Lacan extraídas de su seminario sobre las psicosis, con el despliegue fantasmático que “El vientre de un arquitecto” pone en escena.
La que hemos citado al comienzo no es sino la primera de una serie de tarjetas postales que Kracklite escribe a Boullée; tarjetas que en su progresión, ponen ante todo de manifiesto el lugar de interlocutor privilegiado (único, podríamos arriesgar) que ha adquirido el arquitecto francés. En las sucesivas comunicaciones Kracklite lo pone al tanto de las vicisitudes de la organización de la muestra, de la evolución de sus dolores abdominales; le comenta acerca de su situación coyugal, le pregunta por qué no viajó a Roma, si fue padre alguna vez. Al modo de una anticipación de lo que será su propia suerte, se apodera de Kracklite una nueva certeza: Etienne Boullée murió de cáncer. Finalmente, y a dos días de la inauguración, le escribe: “¡Tengo una idea! ¿Por qué no vienes a inaugurarla conmigo? Puedes quedarte en mi departamento, Luisa ya no está. No duermo bien pero estoy seguro de que nos arreglaríamos...”
El mundo de Kracklite consiste esencialmente en la relación con ese ser encarnado por Boullée. Uno está hecho en referencia al otro; relación en espejo donde uno ofrece al otro su imagen invertida.
Boullée es y no es a la vez el yo de Kracklite; parece ser su sombra, lo que hace que sufra entonces, al igual que éste, de un cáncer mortal. Un arquitecto es el otro; pero Kracklite es de todos modos el mismo, quien se escribe con otro: “... identidad reducida a la confrontación con su doble psíquico, pero que además hace patente la regresión del sujeto, no genética sino tópica, al estadio del espejo, por cuanto la relación con el otro especular se reduce allí a su filo mortal.” [4]

Para seguir adentrándonos en lo que está en juego en la interlocución delirante, consideremos ahora el comienzo mismo del filme. A bordo del tren que los lleva hacia Roma, en el momento de cruzar la frontera italiana, la cámara se detiene en la escena amorosa que tiene lugar en el camarote de los Kracklite y que, sin saberlo aún los protagonistas, originará un problemático embarazo. Con su marido absorbido por los trajines de la muestra, la irritación de su mujer va en aumento: han pasado semanas y Strouley no parece percatarse de que ella está encinta; si hay otros que ya lo han advertido, reclama Luisa, ¿por qué él no puede?
La presencia de una construcción delirante nos conduce a la conclusión de que una pregunta no ha podido ser despertada en tanto simbólica; no ha podido ser sino reactivada en un registro meramente imaginario. El enigma no puede formularse de otro modo que por la afirmación de la iniciativa del otro: quiere envenenarme con higos. Tentativa de restitución, de compensación, que responde –según Lacan- a “la demanda indirectamente realizada de integrar lo que surgió en lo real, que representa para el sujeto ese algo propio que nunca simbolizó”.
Impedida la mediación simbólica, se sustituye por una proliferación imaginaria, subrayamos al comienzo; proliferación imaginara en la que se introduce de manera deformada y profundamente a-simbólica la señal central de la mediación posible, concluye Lacan. [5]

El delirio de envenenamiento constituye la posibilidad de respuesta del arquitecto a la novedad del embarazo de su esposa; que se constituya a partir de los higos no resultará, incluso, en absoluto azaroso si se admite que el término inglés “fig” (higo) evoca el italiano “figlio” (hijo).
Una lectura, efectivamente, es posible. El envenenamiento con higos puede cobrar para nosotros analistas aquella o alguna otra significación igualmente válida. Pero en tanto reducido al registro imaginario, su lectura se torna un callejón sin salida: no hay posibilidad para el sujeto de extraerse de dicha implicación significante.

Ahora bien: los mecanismos en juego en la psicosis no se limitan al plano imaginario; una psicosis, nos advierte Lacan, no es simplemente el desarrollo de una relación fantasmática con el mundo exterior. El mecanismo imaginario que hemos intentado despejar hasta aquí otorga la forma, pero no da cuenta de la dinámica de la alineación sobre la que Stourley Kracklite testimonia.
Desde los primeros días de su estadía en Roma, y a la par del surgimiento de sus dolores, el arquitecto se ha obsesionado con imágenes de vientres. La ampliación sucesiva de una postal con la estatua de Augusto le permite obtener la figura recortada de su vientre. Entonces la multiplica una y otra vez; la colorea, dibuja higos en su interior la aplica contra su propio vientre. La situación alcanza su punto culminante cuando la esposa, ya decidida a abandonarlo, le muestra fotografías de su embarazo en curso: -“Estás obsesionado con estómagos masculinos; ¿olvidaste los femeninos?”. Para Kracklite no se trata, sin embargo, de abdomen o estómago alguno: él se encuentra interesado sólo en “vientres”.
Sentado en pijama sobre la cama, la cámara se aleja de su figura para abarcar la habitación del hotel, literalmente tapizada con copias de vientres. Lo que no ha llegado a la luz de lo simbólico retorna desde lo real; la fotocopiadora imprime uno y mil vientres restituyendo un significante cercenado de la simbolización primordial: ser padre.
Copular con una mujer, que ella lleve luego en su vientre algo durante cierto tiempo, que ese producto termine siendo eyectado –comenta Lacan en su seminario- no logran constituir la noción de qué es ser padre. Un efecto retroactivo es necesario para que tal sumatoria adquiera para el hombre el sentido que realmente tiene; y para que esto se produzca –concluye-, es preciso que la noción ser padre haya alcanzado el estatuto de significante primordial. [6]

Cuando ese punto de convergencia significativa es evocado pero falta, se despliega a su alrededor el aparato de la relación al otro imaginario. Sin embargo, es necesario que, más allá de esa relación, el Otro en tanto lugar donde se constituye la palabra, sea reconocido. Kracklite tropieza justamente allí, cuando ese Otro es invocado como lo que no conoce de él mismo.
Luisa cursa su tercer mes de embarazo. Frustrada su expectativa de que el esposo lo adivine, decide anunciarle ella misma la novedad. Kracklite se sorprende, titubea; pronuncia escasos comentarios que reflejan la perplejidad en que la noticia lo sumerge. Le escribe a Boullée

Miércoles 7 de agosto

Querido Etienne Louis:
Apparently I’m to be a father. ¿Fuiste padre? Si tu esposa es infiel cómo puede saber que es realmente tuyo. Mi vientre duele otra vez. Sólo como fruta. ¿Te parece acertado?
Saludos, Stourley Kracklite

“I’m to be a father”. El subtitulado en español elige como traducción: “voy a ser padre”; antecedido por el adverbio ‘apparently’ también admitiría “parece que voy a ser padre”. Sin embargo, la construcción inglesa: verbo ‘to be’ seguido de ‘to’ –infinitivo implica aún una obligación; resulta entonces “Tengo que ser padre”.
Nos interesa subrayar ciertos matices de esta oposición. “Voy a ser padre” enfatiza la invocación, manifiesta una confianza mucho mayor. “Tengo que ser padre”, por el contrario, destaca la certeza, el carácter obligado de la situación por parte del sujeto del significante “ser padre”. Para Kracklite, en cambio, se trata de una asimilación insegura, incompleta de aquello de que se juega en ese ser padre.
El Otro, nos propone Lacan, “es el lugar donde se constituye [7] el yo que habla con el que escucha”. ¿Qué sucede entonces cuando ese lugar no está reconocido? “Yo seré padre”, para nuestro arquitecto, adquiere una condición verdaderamente problemática: el emblema del Otro no responde, el ‘yo’ pierde en la frase su intensidad, su presencia, y queda reducido a lo que podríamos llegar incluso a traducir como “yo ... soy llevado a ser padre”. Dramática coyuntura para Kracklite: ser llevado allí donde no encuentra sino un puro y simple agujero.
Se confirma el diagnóstico de cáncer; con tal pretexto Kracklite es relegado de la organización de la muestra. La esposa acepta inaugurarla en su lugar a pesar de lo avanzado del embarazo. En el final: la escena de la inauguración, en el día del aniversario de Boullée. El discurso de uno de los organizadores realta su trayectoria, evitando toda mención del nombre de Kracklite. Este, mientras tanto, logra deslizarse sin ser visto a lo alto del escenario. Luisa culmina la ceremonia observada por su marido, quien lentamente se despoja de sus escasas pertenencias. Ella, dolorida, se desploma; se oye el llanto de un bebé que nace. Kracklite se arroya hacia atrás por una ventana, desapareciendo de la escena.
Stourley Kracklite, arquitecto, en una acción que en cierto modo lo devuelve a una exclusión fundamental en la que se ha sentido, se precipita desde el lugar de la escena donde no puede sostenerse y cae, precisamente, fuera de ella.
Esta acción, que no puede ser entendida en el registro de ninguna intencionalidad, se distingue por presentar la estructura propia de un pasaje al acto. Una causa se libera por medios que nada tienen que ver con ella, y se realiza sin otra alternativa que el dejarse caer. [8]
Impedida para Kracklite la concreción de sus obras, queda en suspenso su realización como sujeto. Excluido de la escena, borrado del discurso, Stourley Kracklite recrea en “El vientre de un arquitecto” una doble imposibilidad: acceder a la paternidad y alcanzar la creación artística.


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