“Yo no pongo la otra mejilla, pongo el culo compañero y esa es mi venganza” [1].
“A mí no me perdonan que tenga boca”, cuenta Bolaño [2] que le dice Lemebel.
“A mí no me perdonan que recuerde todo lo que hicieron”, le oye decir desde el otro lado de la línea. “¿Pero quieres saber lo que menos me perdonan, Robert?
No me perdonan que yo no los haya perdonado”.
Lemebel, Poco Hombre. Crónicas escogidas
“Tú me criaste y de ti salí como un hijo,
de los cientos que tuviste, inventado por tu voz.
Tú eres mi madre y te lloro como se llora a una madre travesti.
Con una dosis de testosterona y un grito.
Tú eres mi madre y te lloro como se llora a una madre comunista e indígena.
Con una hoz y un martillo dibujados sobre la piel de la cara.
Tú eres mi madre chamana y te lloro como se llora a la ayahuasca.”
Preciado, Perlas y cicatrices para Lemebel [3]
La figura del escritor chileno Pedro Lemebel, su trayectoria vital y artística, constituyen un caso paradigmático en la historia de Chile. Escritor y artista visual, su trabajo artístico y su vida toda requieren ser pensados como una praxis constante y multiforme en la cual no es posible disociar su veta escritural de la del performer, ni su condición de homosexual (y travesti) de su militancia (sexual) y su lucha obrera. Con este objetivo, nuestro acercamiento a su figura girará en torno a los siguientes cuatro ejes: los rasgos salientes de su escritura (en particular, su corporalidad y las coordenadas de su denuncia), su relación con el género crónica urbana, su militancia sexual y política, y por último, su compromiso con la democracia y los derechos humanos.
Nacido en 1955 en Santiago de Chile, a orillas del Zanjón de la Aguada [4], Pedro Mardones (años después cambiaría su apellido adoptando el de su madre, Violeta Lemebel, como un gesto de solidaridad con lo femenino [5]) obtuvo su primer reconocimiento literario a los 26 años por el cuento titulado Porque el tiempo está cerca [6]. A esta publicación siguió su único libro de relatos (Incontables, 1986), a continuación del cual vería la luz su primer y muy celebrado libro de crónicas La esquina es mi corazón (1995). Acerca de este tránsito del cuento hacia el surgimiento de la crónica, dice el filósofo argentino Adrián Cangi:
Hay un hacerse escritor en Lemebel entre Incontables (1986) y La esquina es mi corazón (1995) que persigue el efecto del testimonio. Lo hace como minoría que no acepta ser neutral en su desvío. Su voz recusa palabras estetizadas provenientes de los salones de la crítica para dar cuenta de su medio pagano y punga de un mirar tiznado. (…) Lenguaje que excede cualquier atisbo de sociología poblacional para tratar en la lengua la misma materia del “desecho sudamericano”. Los olvidados, los irrecuperables, la carne de cañón, todos nombres para una única insistente figura: “[los] hacinados en el lumperío crepuscular del modernismo” (Lemebel, 1995, p.18). La escritura de la crónica, en este caso, talla los estereotipos para que de los movimientos y paisajes esperados emerjan diversidades. Del áspero bastardaje barrial, de comuna pioja forjada por capas de trabajo miserable, marcha militar y represión iletrada, donde los cuerpos son modelados en la descripción por la cicatriz, el hematoma, la fractura, la mutilación, surgen “amapolas que también tienen espinas” (Lemebel, 1995 en Cangi, 2010, p. 50).
Así, este “hacerse escritor” de Lemebel ha dado como resultado una gran cantidad de textos: Loco afán. Crónicas de sidario (1996), De perlas y cicatrices (1998), Zanjón de la Aguada (2003), Adiós mariquita linda (2005), Serenata cafiola (2008), Háblame de amores (2013), Poco hombre. Crónicas escogidas (2013) y Mi amiga Gladys (2016), este último publicado el año siguiente a su partida. A su vasta producción se suma la publicación de una única novela como resultado de la obtención de la beca Guggenheim (1999) titulada Tengo miedo torero (2001) y la promesa de sus editores de poner en circulación una obra inédita (también de género narrativo) que quedó inconclusa a causa de su muerte.
En vida fue distinguido con numerosos premios y reconocimientos públicos. Recibió el Fondo de las Artes y la Creación del Ministerio de Cultura de Chile para proyectos de Creación y el premio Anna Setgers en Berlín durante 2005. En los últimos años sus obras han sido adaptadas al teatro y a diversos registros audiovisuales. Sus textos fueron traducidos al inglés, alemán, italiano y francés. Además, fue invitado a la Bienal de La Habana en 1996, a la Universidad de Harvard en 2004, a la Universidad de Stanford en 2007 y a la Universidad de San Marcos en 2003. En el año 2006 la Casa de las Américas de La Habana le dedicó una semana de autor.
Su obra cuenta con dos reconocidos estudios críticos: el primero realizado por Fernando Blanco, Reinas de otro cielo (2004), y el segundo por la Universidad de Stanford, Pedro Lemebel (2009). A ellos se suma Desdén al infortunio (2010), publicación también a cargo de Fernando Blanco y Juan Poblete.
Considerado actualmente como un autor de culto, la originalidad, honestidad y fuerza de su pluma fueron reconocidas (y hasta cierto punto, “legitimadas”) por dos figuras de peso en el universo literario: el reconocido escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003) y el gran crítico mexicano Carlos Monsiváis (1938-2010). Mientras que Bolaño consideró a Lemebel como “uno de los mejores escritores de Chile y el mejor poeta de mi generación, aunque no escriba poesía” (Lemebel, 2013), Monsiváis se permite la siguiente apreciación: “Lemebel es –si la síntesis cabe– un escritor marginal en el centro y un freak canónico, ambos hechos indisolublemente unidos por la desolación y la energía” (Lemebel, 2013). Ambos autores destacan su honestidad (la que en ocasiones llega a ser desgarradora) y Monsiváis rescata la originalidad y el talento indiscutibles de su pluma:
En cada texto Lemebel se arriesga en el filo de la navaja entre el exceso porque lo necesita y la cursilería, entre la genuina prosa poética y el desafuero. Sale indemne por su oído literario de primer orden, y porque su sensibilidad y su inteligencia atestiguan las realidades siempre presentes pero hasta ese momento apenas insinuadas [7] (Monsiváis, 2014).
En cuanto al primero de los ejes propuestos en el comienzo, una de las claves desde las que se suele leer a Lemebel es desde los rasgos más salientes de su escritura; los que inevitablemente se anudan con su profunda “sensibilidad” y su capacidad de dar cuenta de “realidades siempre presentes” aunque no explicitadas. Con respecto a esta característica y como ejemplo de la agudeza de su mirada acerca de los derroteros de la vida en la ciudad, en su cuarto volumen de crónicas (Zanjón de la Aguada (Crónica en tres actos)), el escritor recuerda sus experiencias infantiles viviendo “literalmente” a orillas del Zanjón, y la situación de extrema pobreza y precariedad por la que su familia y vecinos atravesaban diariamente. Con motivo de su muerte en 2015, la escritora argentina María Moreno [8] publica un artículo en el que rescata, entre otras cosas, un fragmento de la crónica titulada Nevada de plumas sobre un tigre en invierno (perteneciente a este volumen) para destacar no sólo su magistral uso de uno de los recursos de la escritura neobarroca (el contraste entre imágenes) sino la sensibilidad y el profundo compromiso social que siempre lo caracterizaron. En esta oportunidad, la crónica recrea un temporal en la Cordillera y de qué manera es percibido tanto por la población perteneciente a las esferas altas como a las clases más pobres. El recurso escogido logra poner en evidencia la crueldad e injusticia de la desigualdad social a través del relato acerca de cómo es recibida la llegada de la nieve. Transcribimos aquel fragmento por considerarlo evidencia de su compromiso vital con la clase obrera y de izquierda (de la que se ha reconocido siempre como miembro, incluso luego de su entrada en la “academia”):
Lo que en una parte de la ciudad es un maná estético y gratuidad deportiva, en otra se transforma en drama y destrucción. El mismo aletazo que arranca de cuajo el techo de algunos, para otros es un cubo de hielo que cruje en whisky entibiado por la chimenea (Moreno, 2015, p. 26).
Siguiendo con la lectura de Moreno, es la mirada sutil y profundamente humana del escritor la que rescata (y al hacerlo, construye, configura) algunos de los espacios mal conocidos de la existencia urbana y pobre, así como también de la experiencia homosexual y travesti (Monsiváis), con el objetivo de echar luz sobre los modos de vida precarios y esencialmente vulnerables que caracterizan el tránsito vital de los más desfavorecidos. Sobre el lugar desde dónde escribe (y actúa, performa) Lemebel, nos dice María Moreno:
Ni cronista de pobres ni para pobres, él es uno de ellos, un pobre del Zanjón de la Aguada donde nació con el apellido del panadero Mardones, no un excursionista cuya mirada se adiestra para traducirles a los lectores burgueses cómo se vive en el pueblo (p. 26).
Es así que encontramos al segundo eje, la crónica, como el género discursivo que elige a modo de dispositivo para su escritura; a pesar de no ser el creador del mismo (su origen se remonta a los tiempos de la conquista de América con las Cartas de relación de los conquistadores españoles). Sobre este punto, Lemebel reconoce que a pesar de no haber sido el inventor del género, su escritura sí ha inaugurado el género crónica urbana en la ciudad de Santiago de Chile en el espacio de “la revista Página abierta en el año 90” [9], como él mismo recordará durante una entrevista televisiva. Como punto de partida para pensar a la crónica, recurrimos a las palabras que el autor compartió al respecto en el programa de televisión chilena Trazo mi ciudad: “El género crónica urbana tiene otra vertiginosidad, uno puede cambiar constantemente de tema y es como la ciudad” [10]. Interrogado acerca de su preferencia por el género crónica nos dice en otra oportunidad el mismo Lemebel:
Digo crónica por decir algo, por la urgencia de nombrar de alguna forma lo que uno hace. También digo y escribo crónica por travestir de elucubración cierto afán escritural embarrado de contingencia. Te digo crónica como podría decirte apuntes al margen, croquis, anotación de sucesos, registro de un chisme, una noticia, un recuerdo al que se le saca punta enamoradamente para no olvidar. La crónica fue un desdoblamiento escritural que se gestó cuando los medios periodísticos opositores me dieron cabida en el año 90. Algunos editores se encandilaron con estas hilachas metafóricas que tenían mis primeras crónicas. Creo que pasé a la crónica en la urgencia periodística de la militancia. Fue un gesto político, hacer grafiti en el diario, “cuentar”, sacar cuentas sobre una realidad ausente, sumergida por el cambiante acontecer de la paranoia urbana (Lemebel, Poco hombre…, p. 14) . [11]
Para Lemebel, la escritura es otra forma de hacer política. Es posible entrever la estrecha ligazón que se establece entre forma y contenido, entre crónica urbana y la necesidad de “radiografiar”, “dialogar” e “increpar” al presente en términos análogos. Es desde esta óptica que abordamos al género crónica en el presente artículo: como un dispositivo escritural que le permite a Lemebel construir “una forma de decir desde la homosexualidad, desde lo proletario, desde la urgencia de expresar un deseo político”.
En cuanto al tercero de los ejes mencionados anteriormente, el que nos permite situar su militancia, dice Ignacio Echevarría en su prólogo a una de las obras póstumas de Lemebel:
El asunto que más ha contribuido a perfilar la figura pública de Lemebel, y que vertebra su actitud como artista, como escritor y como agitador político y cultural: [es] el de su militancia sexual. La atención y el morbo que suele atraer esta cuestión tienden a trivializarla, a folclorizarla, a limar los múltiples filos con que Lemebel la pone en juego (Lemebel, Poco hombre. Crónicas escogidas, p. 23).
Frente a esta suerte de banalización del papel determinante que la militancia (homo)sexual ha tenido a lo largo de toda su vida, Lemebel opone la categoría de travesti (y en especial, la de loca), reivindicando su figura. En su trayecto como militante, hizo uso siempre de su voz (tanto en la oralidad como en la escritura) y en este sentido, sostenemos que la consideración de su condición de “loca” resulta determinante para comenzar a dimensionar (aunque sea en menor medida) no sólo el punto de partida sino las aristas de su militancia vital. En el caso del trabajo con los textos de este particular autor, creemos indispensable tener en cuenta que:
En la loca, la voz de autor, la fónica y la poética se funden indiscernibles en el cuerpo haciendo la obra imposible de interpretar por otro sin desfiguración y pérdida de identidad. Es una voz con materialidad carnal, en la que la performance, la unión entre arte y vida, van mucho más allá de las palabras (Moreno, 2015).
En este punto, acordamos con Moreno para la cual en Lemebel discurso y corporalidad constituyen ámbitos complementarios de una experiencia vital más vasta y compleja. En este sentido, retomamos uno de los pilares estructurales de su Manifiesto: “Yo no pongo la otra mejilla, pongo el culo compañero y esa es mi venganza” (Lemebel, p. 83). En consecuencia, desde esta óptica le atribuimos una importancia capital a la consideración del cuerpo (tanto en su dimensión individual como social) en la escritura del autor chileno. Y en relación a ese cuerpo puesto al servicio de la escritura es que encontramos su voz:
él escribe con la voz, por la voz, desde su voz. La suya –conviene destacarlo en muy primer lugar– es una escritura sustancialmente parlante. Lo que no signifique que remede la oralidad, el habla corriente. No se trata de eso, o al menos no exactamente. Se trata más bien de una escritura transida toda ella de voz, empeñada tanto en dar voz como en ser voz ella misma. Y empeñada también en hacerse oír (Lemebel, Poco hombre. Crónicas escogidas, p. 11).
Con respecto a su militancia política, su identificación y defensa de la lucha obrera puede rastrearse en su Manifiesto (Hablo por mi diferencia) en el que se expide a propósito de la naturaleza de su (a)filiación al Partido Comunista, del que siempre defendió los ideales pero que lo rechazó y discriminó por ser marica:
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle (p. 84).
En así que, como intervención en un acto político de la izquierda en el Santiago de 1986, en plena dictadura pinochetista, de tacos altos [12] y con la hoz y el martillo (símbolo del Partido Comunista) engalanándole el rostro, Lemebel leyó en voz alta su Manifiesto… (1997):
No soy Passolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo (p. 79).
De esta manera, en uno de los textos (y de las performances) más poderosos de su vida, Lemebel se presenta a sí mismo no sólo frente a los miembros de distintos grupos de izquierda sino a la comunidad chilena toda dando a conocer su voz y marcando un hito dentro de su construcción como sujeto disidente ya que este texto materializa algunos de los rasgos que lo caracterizarán como un gran artista y, por sobre todo, como un excepcional ser humano. Comprometido y solidario a la hora de enunciar y vivir una homosexualidad abiertamente declarada, su condición de loca rota (pobre) y militante del Partido (que en ocasiones le cerró sus puertas pero de cuyos pilares nunca abdicó), su amor por la libertad de la palabra y su constante defensa de la voz (en la oralidad y en la escritura –crónicas–, con una cierta preferencia por la primera), su lucha permanente en favor de la democracia, la memoria y los derechos humanos (especialmente de las mujeres, los niños y los jóvenes [13], los gays, lesbianas, travestis y transexuales), su rechazo y rabia frente a todo despojo de la reciente dictadura y de toda forma de opresión y censura (ya fuese gubernamental o civil) de parte de los sectores conservadores chilenos, su solidaridad con otros artistas (chilenos y del mundo), su desconfianza respecto de los grupos y entidades (gubernamentales, artísticas y literarias) que, partiendo de posturas “mesiánicas”, pretendían entronizarlo en algún Olimpo literario; la agudeza de su mirada crítica y, por último, su profunda y conmovedora humanidad son sólo algunos de los rasgos que lo caracterizan. Es en este sentido que entendemos a la propuesta lemebeliana como la posibilidad de “invertir el gesto obcecado, reconocer que en el desprestigiado amaneramiento existe una estrategia de torsión al género dominante. Una forma de pensar(se) diferente que burla la atormentada rigidez del comportamiento machista” (Lemebel, La insoportable levedad, p. 224). “Debiera saberse” nos dice Lemebel, “(no estoy seguro) que la diferencia es la ventaja del débil”. Y es por eso que “La supuesta falla” debería “usarse como cojera que permite salirse de la fila para que el homosexual vea en que está metido” (Lemebel, La insoportable levedad, p. 224).
Con respecto al cuarto y último eje, su defensa de la democracia y los derechos humanos, Moreno reflexiona sobre la naturaleza de este compromiso aclarando que:
Pedro Lemebel era resentido por razones militantes. Por eso se confundió Fernando Peña cuando durante un programa de radio le enrostró el mote confundiendo el sentido que el resentimiento tiene en él con el de la expresión de un sentimiento. El resentimiento en Lemebel es odio renovado a toda forma de establishment, escrache a los poderosos por sus usufructos sátrapas perpetrado en nombre de faltos y despojados, exageración metafórica: el quilombo, el escándalo, el llanto y la extorsión como performance de la resistencia. Y en eso no perdona ni a los amigos (Moreno, 2015) .
Así, explicitando siempre su compromiso con la democracia y la memoria [14], nos dice Lemebel en el prólogo a De perlas y cicatrices, su tercer libro de crónicas:
Este libro viene de un proceso, juicio público y gargajeado Nuremberg a personajes compinches del horror. Para ellos techo de vidrio, trizado por el develaje póstumo de su oportunista silencio, homenajes tardíos a otros, quizás todavía húmedos en la vejación de sus costras (2010, p. 12).
De ahí el lugar de privilegio que ocupa la memoria en su escritura, especialmente considerada en su dimensión colectiva. En este sentido, es que:
La insobornable memoria de Lemebel se obstina en oponer la “euforia política del 70” a “los jolgorios victoriosos del aletazo golpista”; se empeña en revivir el horror, las vejaciones y la impuesta imbecilidad de aquellos “días aciagos”, y en testimoniar, sin renunciar al escarnio ni a la risa (véanse crónicas como “Las joyas del golpe” y “Noche payasa”), el gesto heroico de quienes se atrevieron a resistir, a menudo al precio de su vida, de su libertad o de su integridad física (Lemebel, Poco hombre. Crónicas escogidas, p. 20).
Es así que en Lemebel escritura y memoria son prácticas indisociables en la medida en que no pueden ser construidas ni revisitadas sin acercarse a los modos de narrar que toman como centro los cuerpos de sus protagonistas [15]. Ejemplo de ello es el texto La Regine de Aluminios El Mono, crónica en la que el autor y militante chileno vuelve su mirada sobre aquellos sectores de “locas” que se constituyeron como cómplices del sistema represor. En esta oportunidad, la estrategia “de torsión” que propone Lemebel para abordar no sólo la complejidad de las relaciones en el marco de la última dictadura entre algunos sectores de las fuerzas armadas y ciertos subgrupos de travestis, sino –y aquí reside el poder de la denuncia lemebeliana- la condensación de sentidos (y, en consecuencia, de responsabilidades), es su empleo de la metonimia. En un anticipo de lo que serán las fosas comunes que aún pesan sobre la memoria colectiva, los cuerpos de los participantes del acto sexual son descriptos a través de la puesta en relieve de sus fragmentos (“miembros” [16]) entrelazados con aquellos de los “pacos” [17]; poniendo en marcha un proceso de resemantización [18] de matices nefastos que distinguirá a dichas corporalidades y a sus performances como actuaciones signadas por su complicidad con las prácticas de desaparición, tortura y muerte que caracterizan al terrorismo de estado:
Así, restos de cuerpos o cadáveres pegados al lienzo crespo de las sábanas. Cadáveres de boca pintada enroscados a sus verdugos. Aún acezantes, aún estirando la mano para agarrar el caño desinflado en la eyaculada guerra. Aún vivos, incompletos, desmigados más allá de la ventana, flotando en la bruma tísica de la ciudad que aclaraba en los humos pardos de la protesta (Lemebel, La Regine, p. 30).
A modo de corolario, destacamos el compromiso con la democracia y la defensa de los derechos humanos que atraviesa todas las aristas de la vida y obra de Lemebel. Desde su labor como parte del colectivo artístico Las Yeguas del Apocalipsis [19], su crónicas radiales en la emisora feminista Radio Tierra, las presentaciones en vivo de sus textos y cada uno de sus libros (tanto las crónicas como su única novela publicada), la pluma de Lemebel deja en claro que si bien no sabe “a qué vino a este concierto” (Serenata Cafiola, p. 12), de igual manera llegó para quedarse. Gracias a “la potencia de la rabia emplumada” (Serenata Cafiola, p. 12) de sus imágenes, su voz se instaló como una prosa poética que adoptando la forma de “un estilete” (2008, p. 12) siempre le permitió “hablar por su diferencia” [20].
Referencias
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