Cyrill, un niño que ronda los once años de edad, corre huyendo del albergue donde vive, corre para encontrar a su padre, que lo dejó hace un mes, en el hogar de acogida. El niño corre y corre, huyendo del hogar y el amor, amor y hogar que le es negado por su propio padre en los primeros pasos del camino a la adolescencia. El niño expresa su abandono a través de la rabia, un enojo legítimo entre tantas tormentas que enfrenta a su corta edad, enfado que se convierte en el motor de la historia. La rabia que siente Cyrill, se vuelve un torbellino imparable, que solo las ruedas de su bicicleta saben calmar, y así, en la libertad que encuentra en la bicicleta, entre caídas y tropezones, el niño encuentra el amor en una mujer desconocida para construir un nuevo hogar. La bicicleta como un vehículo de transición, acompaña al niño en su lucha frente a todo lo que siente y no puede entender. Su fiel compañera de dos ruedas, espera tranquila el momento para rodar y enfrentar el camino nuevamente, la noble compañera es sabia, conoce de terapia y física, sabe bien que ella acompaña, pero sin esfuerzo de quien la conduce ella no avanza, sin fuerza no hay movimiento.