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Volumen 17
Número 2

Septiembre 2021 - Marzo 2022
Publicado: Septiembre 2021
Cortos y documentales
ético-políticos


Resumen

El reciente lanzamiento en Argentina del documental Tres idénticos desconocidos (Wardle, 2018) nos permite problematizar uno de los experimentos más atroces de la historia de la psicología en los Estados Unidos. Para dilucidar la incidencia de distintos modos de crianza en gemelos con idéntica estructura genética, el psiquiatra Peter Neubauer y su colega Viola Bernard condujeron durante años una oscura investigación, desatendiendo una serie de objeciones éticas en la experimentación con seres humanos, y demostrando así la disyunción entre el campo normativo y ciertos discursos científicos comandados por la exigencia insensata del todo saber, especialmente cuando la valoración ética de las prácticas profesionales queda únicamente supeditada a un análisis posterior de sus efectos.

Palabras clave: Investigación | Ética | Campo normativo | Saber

Abstract English version

Acerca de Three Identical Strangers

La ética profesional, entre la tiranía del saber y el campo normativo

De lo idéntico a lo desconocido
Sebastián Piasek

Universidad de Buenos Aires

Introducción

¿Qué relación existe entre el código genético y la identidad subjetiva? ¿Cómo inciden el lazo social y las marcas singulares en cualquier sintomatología derivada del ADN? ¿Qué consecuencias pueden derivarse del cruce entre genética y crianza? Interrogantes similares a estos, cuya problematización no vale tanto por la sustancia de la respuesta sino por el posicionamiento ético desde el que intentemos abordarlos, estructuraron en el siglo pasado una serie de investigaciones de tinte eugenésico, con los estudios que Josef Mengele realizó con niños en el campo de exterminio de Auschwitz como corolario. Dos décadas más tarde, mientras el psicólogo social Stanley Milgram recibía el agravio de una buena parte de los Estados Unidos por los resultados de su famosa investigación sobre la obediencia a la autoridad (1963; 1974), en la que demostraba cómo casi siete de cada diez conciudadanos podrían haber actuado como lo hicieran muchos oficiales del Tercer Reich, un equipo de psiquiatras llevaba adelante en la ciudad de Nueva York una nueva investigación con niños recién nacidos, desoyendo toda regulación ética gracias al apoyo de algunas familias poderosas, organizaciones públicas sin fines de lucro y sectores del gobierno. ¿Paradojas de un siglo atravesado por la catástrofe, o vaivenes estructurales del campo de la salud mental, que insiste en desconocer el punto de apertura del campo normativo?

Tuvieron que transcurrir tres años desde el lanzamiento del documental Tres idénticos desconocidos (Wardle, 2018) para que el mensaje pudiera finalmente llegar a destino: uno de los experimentos más obscenos de la historia de la psicología norteamericana se revela finalmente ante el ámbito psi como un secreto cuidadosamente guardado entre pocos. Para saldar una deuda con el saber científico, el psiquiatra Peter Neubauer y su colega Viola Bernard, del Centro de desarrollo infantil de Nueva York, condujeron durante aproximadamente veinte años una investigación secreta para dilucidar la incidencia de la crianza en el desarrollo de estructuras genéticas idénticas. Aunque presa de cierto efectismo característico de Hollywood [1], la producción del inglés Tim Wardle conduce progresivamente al espectador de cierto encanto inicial a la sorpresa, y de allí al horror inevitable ante tamaña experimentación con seres humanos. Tejiendo testimonios, archivos periodísticos y detalles de una causa jurídica en proceso, la narración ilustra la historia de tres gemelos separados a los seis meses de vida, cuyo reencuentro a los diecinueve años marca inicialmente un hito divertido para la sociedad estadounidense.

Pero lo que comienza siendo un encuentro entre idénticos desconocidos deriva luego en un entramado siniestro de mala praxis y engaños, solamente posible gracias al malentendido ideológico [2] de ciertos discursos que armaron una doctrina dogmática con la palabra freudiana, reduciendo la política singular del síntoma a su completo opuesto: el análisis por momentos biologicista de la determinación subjetiva como supuesto de partida, para desde allí estudiar la incidencia de la crianza en estructuras genéticamente idénticas. De este modo, la necesidad de encontrar una respuesta al dilema naturaleza versus crianza parece haber impuesto, en el estudio de Neubauer y Bernard, la exigencia insensata de un desarrollo epistémico lo suficientemente relevante como para desatender cualquier objeción bioética.

Como veremos en lo sucesivo, la distorsionada interpretación de la enseñanza de Sigmund Freud por parte de estos dos profesionales parece haber estado relacionada con la necesidad de encontrar un significado a aquello que nunca podría tenerlo, especialmente por fuera del campo de lo singular: la determinación sistémica de ciertas coordenadas naturales y sociales que podrían incidir en mayor o menor medida en la constitución subjetiva, la producción sintomática y los rasgos de carácter. Así, el ámbito familiar irrumpe en la investigación como la única variable capaz de producir un viraje en la posición de un sujeto ante aquello que tenía supuestamente predestinado a nivel biológico, olvidando que cualquier debate sobre la predominancia de la genética o la crianza deja inevitablemente de lado la política singular del síntoma, que potencia la diferencia aún en lo idéntico del ADN y elude así toda comparación especular.

La historia de un encuentro y la reescritura de la historia

Atravesado por una sonrisa nerviosa, el rostro de Robert “Bobby” Shafran abre frente a cámara un testimonio que pretende inscribir una historización pendiente. Bobby se remonta a sus diecinueve años para relatar el encuentro azaroso con Eddy Galland, uno de sus hermanos gemelos, en el contexto de una carrera terciaria dictada en la misma universidad a la que aquel había asistido un año antes. A ese encuentro le sigue un tercer hallazgo: algunos días más tarde, David Kellman observa atónito su rostro duplicado en la tapa de los diarios porque sabe que ninguna de esas dos personas es él. Corre el año 1980 y los tres hermanos, prácticamente iguales en su fisonomía [3], disfrutan de un raid mediático que los catapulta a la fama.

Sus padres intentan en simultáneo obtener respuestas de la agencia Louise Wise Services, que en el año 1961 había ofrecido los tres procesos de adopción, y la institución confirma que se vio forzada a separarlos porque nadie se mostraba dispuesto a adoptar gemelos trillizos. Como este enorme detalle no había sido comunicado a ninguna de las tres familias al momento de la adopción, y acaso también porque muchas de sus preguntas no pueden ser respondidas deciden iniciar de forma conjunta una demanda judicial, pero la negativa de distintos estudios de abogados los enfrenta de forma sospechosa con el prestigio adquirido por este establecimiento, único centro de adopción para la comunidad judía en el Estado de Nueva York.

Los testimonios de Bobby y David continúan estructurando progresivamente la historia de cada uno de ellos. Sabemos entonces que el primero fue adoptado por una familia adinerada del norte de Manhattan, mientras que Eddy creció en un ámbito de clase media. David señala que la suya, en cambio, estaba compuesta por inmigrantes de clase media baja y escaso acceso a un nivel educativo similar al de las otras dos. Sin embargo no es el testimonio de los hermanos lo que permite comenzar a reconstruir el trasfondo de aquello que hasta entonces el espectador entiende como una simple mala práctica por parte de la agencia de adopción: la investigación periodística publicada por Lawrence Wright en 1995, luego del suicidio de Eddy, comienza a desnudar la connivencia entre aquella institución y la Jewish Board of family and children’s services [4], organización no gubernamental que auspició durante décadas los estudios del Dr. Neubauer y de la Dra. Viola Bernard, ambos discípulos de Anna Freud.

Es en este punto que comienza a revelarse lo más siniestro de un experimento silenciado al interior de la comunidad científica, cuya sistematicidad durante casi dos décadas queda obligadamente solapada por la más terrible de sus coordenadas: la vil manipulación de una serie aún indefinida de hermanos y hermanas gemelas para su posterior ubicación en diferentes ámbitos familiares, con el único objetivo de estudiar la incidencia de cada modo de crianza en estructuras genéticas idénticas.

Cuestiones éticas en la investigación con seres humanos

Los resultados del proyecto de Neubauer y Bernard nunca fueron publicados. Una de las teorías que ilustra el documental apunta al encuentro azaroso entre los hermanos que protagonizan este documental, cuyo alcance mediático en la década de 1980 habría sido lo suficientemente alto como para forzar la interrupción de las investigaciones. Toda la documentación del proyecto, incluyendo sus objetivos principales, la metodología utilizada para alcanzarlos y cualquier conclusión preliminar o definitiva fue archivada en la Universidad de Yale en el año 1990, bajo un acuerdo de confidencialidad que limita su acceso público hasta el año 2065. [5]

Sin embargo, la pesquisa periodística iniciada por Wright y continuada ahora por Bobby Shafran y David Kellman denota que el proyecto implicaba la separación programada de una serie de gemelos previamente dados en adopción, de modo que cada uno de ellos creciera en un ambiente diverso, cuya elección por cierto nada tenía de azarosa: todas las familias compartían algunas características específicas, entre las cuales destaca el hecho de que hubieran adoptado un año antes a una hermana mayor a través de la misma agencia Louise Wise Services. Estas y otras similitudes tendían a aislar una única variable independiente de análisis que, como hemos adelantado, radicaba en el nivel socio educativo y económico al que cada gemelo accedería durante su infancia. Para brindarle continuidad temporal a ese análisis, un conjunto de asistentes concurrió durante años a cada hogar con el pretexto oficial de un mero seguimiento de la persona adoptada para la agencia Louise Wise, cuando en verdad buscaban evaluar comparativamente la identidad, los rasgos de carácter y, quizá también, el desarrollo progresivo de cualquier patología derivada del código genético y por ende compartida.

Aunque resulta insuficiente, la información hasta el momento recabada nos permite de todos modos conjeturar una serie de cuestiones éticas en la investigación con seres humanos. Teniendo en cuenta que los padres adoptivos no estaban enterados de la investigación y por ello nunca pudieron autorizarla, las normativas del código de ética de la American Psycological Association (APA, 2010) que rigen para la práctica psicológica en los Estados Unidos harían impracticables la experiencia en la actualidad: esto es lo que observamos al revisar el ítem 8.02, relativo al consentimiento informado para la investigación, y el 8.03, que detalla cuestiones ligadas al consentimiento para la grabación de voces e imágenes, un aspecto central en el estudio de Neubauer y Bernard que ilustra claramente el documental de Tim Wardle.

Con respecto a una posible prescindencia del consentimiento, la normativa 8.05 del código de referencia detalla que “Los psicólogos pueden prescindir del consentimiento informado sólo cuando razonablemente no podría suponerse que la investigación causara malestar o daño…” (APA, 2010, p. 12). Que quienes llevaron adelante el proyecto no pudieran suponer allí un daño potencial no invalida el hecho de que, entre muchas otras variables de análisis, los niños fueron en efecto separados varios meses luego de su nacimiento [6] y las investigaciones realizadas durante años no fueron apropiadamente comunicadas a sus padres adoptivos, cuando menos en lo que respecta a sus verdaderos objetivos.

La normativa 8.07 del mismo código de ética, ligada precisamente al engaño en la investigación, sitúa en su primer acápite la posibilidad del ocultamiento si esta es la única alternativa para poder realizar el experimento, pero aclara en los dos acápites siguientes que esta excepción sería inaplicable en caso de un potencial “…dolor físico o un severo malestar emocional” (p. 12) y que, en cualquier caso, el engaño debe ser cancelado a posteriori:

Los psicólogos dan a conocer a los participantes las técnicas engañosas utilizadas como parte integral del diseño y aplicación de un experimento tan pronto como sea posible, preferentemente al término de su participación y nunca después de la finalización de la recolección de datos, permitiéndoles a los participantes retirar los suyos (p. 12).

Por último, los ítems 8.14 y 8.15, dedicados respectivamente a la verificación y revisión de un determinado proyecto por parte de nuevos investigadores, denotan con claridad el sinsentido del escenario: la ausencia de publicaciones científicas y el posterior acuerdo de confidencialidad firmado con la Universidad de Yale impiden siquiera una mínima evaluación de lo realizado. Si bien el lanzamiento del filme forzó a la Junta Judía de Servicios para Familias y Niños a revelar una serie de documentos, la ausencia de datos relevantes sobre el experimento demuestra que el material compartido no representa aquello que en verdad pretendieron ocultar. Tenemos aquí un aspecto por demás curioso, dado que tanto esta institución como la Universidad de Yale –que administra el acceso– difícilmente desconozcan principios éticos como los surgidos de la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO (2005). Casualmente, la misma señala en su artículo 18 que la aplicación de los principios allí definidos debería siempre

Promover el profesionalismo, la honestidad, la integridad y la transparencia en la adopción de decisiones, en particular las declaraciones de todos los conflictos de interés y el aprovechamiento compartido de conocimientos (…) Se debería entablar un diálogo permanente entre las personas y los profesionales interesados y la sociedad en su conjunto (UNESCO, 2005, s/p). [7]

En lo que respecta al inicio de la investigación, el hecho de que todas estas normativas aún no regularan la investigación psicológica en absoluto implica que no existieran otras aplicables, por ejemplo, al ejercicio de la psiquiatría como disciplina médica. Como situamos anteriormente, el fin de la segunda guerra mundial impuso un límite al desastre orquestado por la Alemania Nazi y abrió paso a la regulación jurídica de los crímenes de lesa humanidad allí cometidos [8]. Así, el Código de Ética médica de Nüremberg del año 1947 dictaminó mucho antes del inicio de este experimento una serie de recomendaciones y normativas a tener en cuenta para conducir estudios experimentales con seres humanos, entre las cuales se incluyen el consentimiento voluntario del sujeto (o de sus representantes legales, cuando correspondiera), la imposibilidad de su realización en caso de potencial daño físico o psíquico, y demás limitaciones que claramente no fueron tenidas en cuenta [9] en esta investigación.

Por lo demás, situar las normativas vigentes en la actualidad resulta imprescindible por dos motivos: en primer lugar, porque tanto lo prescripto en la declaración UNESCO como la deontología que regula hoy el ejercicio de la psicología, nos permiten enmarcar en términos éticos una serie de prácticas que, con el pretexto consciente de un progreso científico capaz de ordenar positivamente las relaciones sociales, desconocieron derechos humanos básicos y regulaciones tendientes al cuidado de la subjetividad en la investigación. En segundo lugar, la revisión de la deontología actual sirve como soporte para dimensionar aquella negativa de la Junta Judía de Servicios para Familias y Niños a suministrar toda la información sobre el experimento [10]. Al ampararse en el acuerdo de confidencialidad firmado entre el Dr. Neubauer y la Universidad de Yale en el año 1990, la posición institucional esconde con la fachada de un absurdo argumento juridicista, una enorme falla ética que redobla las malas prácticas [11] en las que incurrió la investigación original.

Esto acarrea enormes consecuencias. En efecto, al contrastar el “…eventual y significativo valor científico, educativo o aplicado…” (APA, 2020, p. 12) de una investigación con los efectos posibles del engaño en la subjetividad de los participantes –contrapunto al que, como vemos, nos convoca una y otra vez la deontología para priorizar nuestra función interpretativa por sobre cualquier lectura obediente–, nos enfrentamos con otro problema derivado directamente de esa falla ética: la imposibilidad de dimensionar el interés científico por la ausencia de los documentos originales no hace más que demostrar hasta qué punto un mero acuerdo de confidencialidad entre partes puede fácilmente imponerse por sobre el cuidado de la subjetividad de los involucrados, que hace muchos años reclaman sin éxito el libre acceso a toda la información, tal como lo exige el campo normativo. [12] Esto, sin mencionar a una serie indefinida de personas que ni siquiera se saben aún víctimas del proyecto de Neubauer y Bernard a causa de este mismo obstáculo legal. Cuando la moral burócrata toma la escena, la ley social sólo alcanza a proteger a unos pocos.

La deliberación ética como impasse interpretativo entre saber científico y campo deontológico-jurídico

Un breve rodeo nos permitirá hipotetizar una relación posible entre aquella moral burócrata y ciertos modos de lazo con el saber científico, que pretenden elevarlo al nivel de una verdad inexistente. En el seminario titulado El reverso del psicoanálisis (1969-1970) Jacques Lacan formaliza cuatro discursos para dar cuenta de diversas formas de lazo social estructuradas en torno a lo real imposible. [13] Luego de introducir la distancia entre el discurso del amo y el analítico, señala ya en las primeras clases del seminario un momento de pasaje del discurso del amo antiguo al del amo moderno, que elige denominar discurso universitario precisamente porque el amo detenta allí el saber que antes tenía el esclavo. El psicoanalista francés adjetiva esta nueva modalidad discursiva como burocrática por el modo de funcionamiento que encarna, y destaca que el lugar del agente en este discurso “…es esto, S2, cuya característica es ser, no saber de todo, no estamos en eso, sino todo saber (…) que se llama, en el lenguaje corriente, burocracia” (Lacan, 1969-1970, p. 32).

En tanto estado del arte o estado actual de conocimiento en materia de regulaciones deontológico-jurídicas, el campo normativo no podría mostrarse exento a estas coordenadas. Por el contrario, encerronas como las surgidas de la lectura de los códigos de ética a la luz de este experimento denotan lo más propio del discurso universitario: la vertiente burocrático-procedimental que en ciertos escenarios debe ponerse en juego para que el mandato de un significante amo, que empuja al todo saber, pueda alcanzar toda su potencia. En este punto, el documental de Tim Wardle ilustra con ironía los objetivos mortíferos que el empuje de la ciencia puede encarnar cuando esta forma de lazo marca el compás de un supuesto progreso. En otras palabras, que el significante del saber (S2) ubicado como agente de este discurso no implique ningún anhelo tendiente a saberlo todo, sino más bien una orden de todo saber, explica de forma íntima las coordenadas de una exigencia tirana a avanzar en nombre de la ciencia:

El saber ha ido a parar al lugar del orden, del mando (…) de ahí proviene el movimiento actual de la ciencia (…) es imposible dejar de obedecer esa orden que está ahí, en el lugar que constituye la verdad de la ciencia – Sigue. Adelante. Sigue sabiendo cada vez más (p. 109-110).

La Ley del amo (S1), significante suelto que comanda de forma velada desde el lugar de la verdad, en el piso inferior izquierdo del discurso, pulsa de forma incesante para torcer la ley social y llevarla en el bolsillo, forzando una lectura coagulada del campo normativo para eludir cualquier objeción ético-metodológica en la búsqueda de nuevos conocimientos. Este empuje totalitario ubica al investigador en el lugar del objeto astudado [14], que en tanto objeto de un Otro supuestamente consistente no puede dejar de producir, en este caso soportado financieramente por un entramado de organizaciones públicas sin fines de lucro que debían velar por la salud de los menores de edad. ¿Producir qué? A juzgar por los testimonios de David Kellman y Bobby Schafran, las investigaciones profundizan angustiosamente la división subjetiva que vemos en el piso inferior derecho del discurso universitario, allí donde Lacan ubica lo que surge de cada modalidad discursiva: “Quisiera que se den cuenta de que un punto esencial del sistema es la producción – la producción de la vergüenza (…) por esta razón, tal vez no sería un mal procedimiento no ir en esa dirección.” (p. 206). [15]

El interrogante que inevitablemente surge de esta lectura implica pensar cómo logra este modo de lazo social escapar a su regulación. Pues bien, como todo universo particular, el campo jurídico-deontológico puede pretender un ilusorio abordaje de todos los escenarios posibles, pero las mediaciones normativas inevitablemente atrasan respecto del avance de la ciencia y la técnica. Esto remite en parte al carácter vertiginoso de aquellos avances (Kletnicki, 2000) pero encuentra principal anclaje en el punto de apertura que la misma ley social desconoce. Como señala el Doctor en Ciencias políticas Jorge Foa Torres, advertir que “…la forma jurídica es siempre una forma jurídica no-toda, una apariencia imposible de ser clausurada…” (2013, p. 158) debiera oficiar como soporte para continuar problematizando el cruce entre la ley social y la práctica profesional para cuya regulación fue codificada, de modo que aquel punto de insuficiencia [16] no derive en el sinsentido cuando el empuje del progreso epistémico exija un más allá de la norma en quien investiga, aunque más no fuera de forma inadvertida.

Cuando la maquinaria científica sólo gira en torno a la fantasía de un Otro consistente a nivel del saber, acaso capaz de descubrir una verdad última (lugar que, en tanto objeto de ese Otro, el investigador aspiraría a alcanzar), la Ley del amo no puede más que exigir la búsqueda continua de un plus. Como parte de esa maquinaria que puede entonces nunca detenerse, se eluden los efectos de la división subjetiva mediante la renegación de toda inconsistencia en el Otro en lo que respecta al saber. [17] Pretender que la ley social, incompleta por estructura, pueda hacer límite en ese escenario sólo implica un mero espejismo que desconoce la relación de solidaridad entre la exigencia del todo saber y el aplastamiento de la subjetividad que de allí suele derivarse, como lo demuestra el testimonio de quienes han atravesado esta investigación.

Las normas que no fueron tenidas en cuenta en la proyección del experimento, los obstáculos que los padres adoptivos encuentran en 1980 para la apertura de una causa judicial contra la agencia Louise Wise Services, y el acuerdo de confidencialidad que cuatro décadas más tarde impide la revelación de información, dibujan en escena tres instancias de un campo jurídico que falla –en este caso, mucho menos por el punto de apertura de todo intento de totalización normativa, que por ciertos intereses políticos en juego– pero cuya evidencia sin embargo no alcanza para agujerear una pretendida consistencia de la ley social. De lo contrario, la Universidad de Yale hubiera abandonado a esta altura el discurso intensamente burocrático que impide la entrega de toda la documentación.

Como es evidente, el problema no radica entonces en la regulación jurídica –en tanto se nos convoca una y otra vez a su interpretación y eventual reestructuración– sino en el modo de concebir esa regulación cuando lo que está en juego es el cuidado de los derechos humanos en la práctica profesional. El riesgo aquí remite siempre a la necesidad neurótica de brindar consistencia plena a la textura del campo normativo para que simule poder legislar en todas las situaciones posibles: los dos únicos profesionales involucrados en el proyecto que aceptaron participar en el documental de Wardle ilustran esta ilusoria pretensión, al sostener de forma casi risueña que en aquella época nadie pensaba que la investigación podría acarrear efectos en la subjetividad de los niños. Todo lo contrario: creían estar haciendo el bien.

Que el testimonio se muestre sincero no invalida una pregunta por la responsabilidad en juego, pero si pueden sostener esta postura es porque realmente consideran que la ausencia de regulación durante todo el proceso experimental es condición suficiente para justificar aquella conducta incluso en la actualidad. Como si el campo normativo fuera una entidad omnisciente y todopoderosa, capaz de legislar sin la necesidad de ningún orden de interpretación, parecen pensar que en tanto no reglamente positiva o negativamente un determinado accionar al momento de su realización, entonces el mismo es por defecto adecuado en términos éticos. Desde esta perspectiva, cualquier práctica que parezca velar por la integridad de aquellas personas a las que se dirige puede siempre terminar operando fuertemente en la dirección opuesta, en tanto la valoración ética de sus coordenadas de intervención pierde prioridad en favor de un análisis posterior de sus efectos. La historia del último siglo así lo demuestra, con la continua irrupción de escenarios hasta entonces desconocidos en los que una compleja conjunción entre saber y verdad comandó de forma mortífera la escena.

He aquí una paradoja última en torno a la función del saber en la investigación científica, y especialmente a aquello que en verdad representa siempre un imposible. Cada época estructura un sistema de valores simbólicos (sociales, jurídicos, epistémicos, entre otras variables) para ordenar ciertos mecanismos civilizatorios en derredor de un vacío, un agujero real que surge del atravesamiento del lenguaje en nuestra existencia mortal y sexuada. El hecho de que no exista una escritura lógica unívoca, es decir, una respuesta simbólica que escape a toda dialéctica ideológica para dar cuenta de nuestro origen y nuestro porvenir como especie, no podría nunca invalidar algo que sin embargo desmentimos a diario: nuestra necesidad de estructurar insistentemente nuevas formas del saber en torno a ese punto de imposibilidad, precisamente para evadir la angustia de un sinsentido primordial. De esta maquinaria significante que genera en “…nosotros, seres débiles (…) necesidad de sentido” (Lacan, 1969-1970, p. 14) han surgido tanto los descubrimientos y avances más importantes de la historia de la humanidad, como las formas de aplastamiento más atroces.

En este sentido, Tres idénticos desconocidos expresa algo del orden de lo imposible que subyace a cierta pretensión universalista de la academia: a nivel estrictamente experimental, dejando de lado los potenciales efectos en la subjetividad, ningún provecho se puede obtener de lo investigado por el Dr. Neubauer y la Dra. Bernard. En principio, claro está, esto remite al secretismo casi mafioso de algunos discursos científicos, que, como señala Alejandro Ariel en su tesis sobre el estilo y el acto (1994), sólo se angustia ante el encuentro con un punto límite. Sin embargo, la incompetencia del experimento encuentra justificación en un argumento mucho más relevante: hasta nuevo aviso, el objetivo no puede nunca justificar los medios. [18]

Poco importa entonces que los protagonistas de este documental concluyan que la crianza y las formas de lazo singulares se impondrán siempre a cualquier determinación genética. Al margen de sus motivaciones –entre las que mencionan el suicidio de Eddy, quién había sufrido una paternidad más ausente que la de ellos– seguramente podríamos ubicar una infinidad de variables en definitiva insondables para justificar la misma respuesta ante el dilema que justificó estas investigaciones. Todas ellas tendrían a la politicidad del síntoma, siempre singular, como norte del análisis. Pero si nuestra función como profesionales de la salud mental no pierde centralidad, todo posicionamiento moral debiera perder peso en favor de una deliberación ética que incluya el análisis en situación, es decir ante cada escenario específico, de ciertos indicios muy propios del discurso universitario que pueden siempre identificarse en todo intento de progreso científico, especialmente ante un mercado capitalista que –contra todo presagio de una supuesta agonía– enarbola por momentos la fuerza de un monstruo indómito. En otras palabras, se trata ni más ni menos que del continuo análisis de una encerrona lógica en la que podría sumirnos el empuje estrambótico a saber (más), si fingimos no advertir que la ley social no pudo, puede ni podrá jamás regular a priori todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.

Referencias

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Wardle, T. (2018). Three identical strangers. CNN Films y Raw TV. UK.


[1Un análisis ético-político de este documental incluiría seguramente una serie de críticas en derredor de sus objetivos y de la forma narrativa con que los expresa, en la medida en que prescinde por momentos de mínimas consideraciones éticas al exponer a sus entrevistados de forma innecesaria. Como aquello desviaría el norte de nuestro análisis, destacamos que su lanzamiento en Argentina en el año 2021 permitió dar a conocer de forma masiva algunos detalles de una investigación silenciada durante décadas, y recomendamos el acceso a otros materiales que relatan el mismo escenario desde ópticas diversas, incluyendo el visionado del documental The Twinning reaction (Shinseki, 2017) estrenado un año antes en los Estados Unidos, y la lectura del libro autobiográfico Identical strangers (Schein, 2007), que relata la historia de Elyse Schein y Paula Bernstein, dos hermanas gemelas que fueron parte de la misma investigación.

[2En el texto Freud y Lacan (1964), el filósofo francés señalaba que mucho de lo sucedido en el siglo pasado tuvo como soporte el malentendido ideológico de algunas escuelas que hicieron del saber freudiano una torsión ideológica afín a los intereses de turno. Entre otras, señala que “…la interpretación filosófico idealista del inconsciente como segunda conciencia (…) todas las interpretaciones del inconsciente como ´ello´ biológico-arquetípico (Jung), se transformaban en lo que eran: no un principio de teoría, sino teorías malas, malentendidos ideológicos…” (Althusser, 1964, p. 38-39).

[3Si bien popularmente se los conoció como trillizos, se trata en efecto de gemelos monocigóticos. Esto sucede cuando el cigoto derivado de la unión del espermatozoide con el óvulo se subdivide a nivel celular, produciendo estructuras genéticas idénticas. Los hermanos mellizos, en cambio, parten de distintos óvulos y por ello no comparten la totalidad del código genético. En este sentido, el documental omite que la madre biológica de estos hermanos había decidido dar en adopción a sus cuatro hijos, pero uno de ellos falleció en el parto. Así lo detalla el archivo de una nota periodística del mismo año 1980: https://www.upi.com/Archives/1980/09/26/Eddy-Galland-Robert-Shafran-and-David-Kellman-said-Friday/6750338788800/

[4En adelante, Junta Judía de Servicios para Familias y Niños, por su traducción oficial al idioma castellano.

[5Quien llevó adelante aquel contrato fue el Dr. Neubauer, una vez más bajo el auspicio de la Junta Judía de Servicios para Familias y Niños, que había facilitado desde un primer momento la investigación. Diversas notas de público conocimiento detallan en profundidad éste y otros aspectos relatados en el documental, que escapan en mayor o menor medida al foco de nuestro análisis. Para más detalles, ver: https://www.latimes.com/espanol/entretenimiento/la-es-la-triste-y-surrealista-historia-del-aclamado-documental-three-identical-strangers-20180704-story.html

[6Si bien resulta imposible hipotetizar los efectos de la separación de los trillizos a los seis meses de vida, bajo el riesgo de caer en un argumento contrafáctico muy ajeno a nuestro foco de análisis, los testimonios de Shafran, Kellman y sus familiares sobre la conducta de los bebés luego de cada proceso de adopción son espeluznantes. En cualquier caso, no es necesario atravesar una carrera universitaria para siquiera sospechar que la separación de gemelos trillizos luego de una convivencia de varios meses podría causar malestar o daño subjetivo alguno. Esto no implica que la mera separación de los bebés, descontando la investigación para la que se los separó, transgrediera la legislación de los Estados Unidos.

[7Entre aquellos principios que toda investigación debe tomar en cuenta podemos en este escenario destacar el Artículo 3, dedicado al cuidado de la dignidad humana, los derechos humanos y las libertades fundamentales, que detalla hasta qué punto “…Los intereses y el bienestar de la persona deberían tener prioridad con respecto al interés exclusivo de la ciencia o la sociedad” (UNESCO, 2005), y el artículo 4, que señala la necesidad de potenciar los beneficios y limitar al máximo los posibles efectos nocivos para sus participantes.

[8Mientras la época de la guerra fría albergaba la progresiva codificación de una serie de normativas éticas para regular la experimentación con seres humanos, el germen de otras catástrofes comenzaba a gestarse en diversas partes del mundo ante conflictos geopolíticamente diversos, pero en absoluto ajenos entre sí. Por situar algunos, la guerra de independencia de Argelia y la guerra de Vietnam devastaron ambos territorios durante las décadas del 50 y 60 en el primera caso, y también en la década del 70 en el segundo. Para sorpresa de pocos, ambas experiencias militares orquestadas por las fuerzas francesas y estadounidenses aportaron información crucial sobre modos de inteligencia, persecución política, tácticas de tortura y desaparición de personas para la posterior estructuración del Plan Cóndor en América latina. En este sentido, si bien lo que hoy conocemos jurídicamente como el Plan sistemático de apropiación de niños y niñas no implicó experimentación médica o psicológica con seres humanos, el crimen filiatorio orquestado por las fuerzas armadas y sectores civiles en nuestro país no deja de representar un hito central a la hora de analizar el tratamiento que cada época hace de sus infantes. En otras palabras, hablamos una vez más de los límites que cada discurso está dispuesto a cruzar para alcanzar determinados objetivos, y de la relación entre aquello y el punto de apertura del campo normativo.

[9Para más detalles acerca de lo reglamentado por el Tribunal Internacional de Nüremberg en el año 1947, así como también en la Declaración de Helsinki de la Asociación médica mundial en 1964, incluyendo sus enmiendas posteriores, ver: https://fpsico.unr.edu.ar/wp-content/uploads/2018/04/WEB-de-TIF-Codigos-de-Nuremberg-y-Helsinki.pdf

[10Cierto sector de la crítica observa en este punto una postura vindicativa por parte de un sector de la comunidad judía en respuesta a las criminales investigaciones con niños y niñas de la misma colectividad en la Alemania Nazi. Pero tal lectura justifica de forma inadvertida la negativa a mostrar todos los documentos del proyecto, y confunde con argumentos ideológico-religiosos nociones en absoluto sinónimas como “judaísmo” y “sionismo”, además de que prescinde de rigurosidad periodística al perder de vista que el proyecto del Dr. Neubauer, nacido en Austria y emigrado a Estados Unidos en 1941 para escapar del nazismo, fue conducido enteramente con bebés dados en adopción por madres de la colectividad judía. En última instancia, el avance temerario de ciertos discursos científicos puede tranquilamente prescindir de toda filiación religiosa para imponer su marcha.

[11Para un detalle de los diversos tipos de mala praxis dictaminados por el Código civil de nuestro país y su importancia en la práctica profesional, ver Salomone, G. (2006). Responsabilidad profesional: las perspectivas deontológica, jurídica y clínica. Para una distinción entre el concepto de mala praxis y la noción de falla ética, ver: Michel Fariña, J. J. (1992). Ética profesional: Abuso sexual en la psicoterapia. Clase dictada el 15 de noviembre de 1992. Versión corregida.

[12Para una lectura de la aplicabilidad de la deontología y la deliberación ética en torno a los puntos de conflicto que surgen al interior del mismo campo normativo, ver Salomone, G. (2006). Consideraciones sobre la Ética Profesional: dimensión clínica y campo deontológico-jurídico. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos. Letra Viva, Buenos Aires, 2006.

[13Discurso sobre el amo, discurso universitario, discurso de la histeria y discurso analítico. La estructura de todos ellos comporta cuatro lugares lógicos: en el piso superior izquierdo se ubica el agente o semblante; en el derecho Lacan sitúa al Otro; en el inferior derecho tenemos la producción de ese discurso, y en el izquierdo se ubica la verdad que comanda de forma velada cada modalidad discursiva, en tanto se trata de una verdad inaccesible por estructura para el agente del discurso. A su vez, cuatro matemas ocupan cada uno de esos lugares según el discurso del que hablemos: el S1 o significante amo; el S2 o significante del saber, el objeto a o plus de gozar, y el $, sujeto dividido por estructura.

[14Neologismo lacaniano que conjuga al estudiante con el objeto a, matema que en este discurso vemos en el lugar superior derecho. Para dimensionar el malestar derivado de esta objetalización en quien estudia o investiga, señala luego lo siguiente: “El malestar de los astudados no deja de tener relación con esto, que se les pide incluso que constituyan el sujeto de la ciencia con su propia piel, cosa que según las últimas noticias parece que presenta algunas dificultades en el terreno de las ciencias humanas (…) suceden cosas que nos hacen bajar de las nubes y nos hacen palpable lo que implica el hecho de poner, en el lugar de la verdad, la orden pura y simple, la del amo. No crean que el amo está todavía ahí. Lo que permanece es la orden, el imperativo categórico”. (Lacan, 1969-1970, p. 111).

[15En línea con lo señalado en una nota precedente, el documental de Wardle termina aportando y mucho en este sentido, entre otras cosas al confrontarlos en cámara con una serie de datos fundamentales sobre su historia que desconocían antes del rodaje.

[16Ignacio Lewkowicz señala en este sentido que todo código deontológico debe ser leído en su vertiente particular (totalización necesaria) y en su forma fáctica, atendiendo a la compilación de las singularidades codificadas que suplementaron en uno u otro momento el corpus normativo. Para un análisis de estos dos modos de codificación y lectura de la deontología profesional, así como de la relación entre lo instituido y lo heterogéneo a nivel profesional, ver Lewkowicz, I. (2006). Singularidades codificadas. En La transmisión de la ética. Clínica y deontología. Vol. I: Fundamentos, Letra Viva, Buenos Aires, 2006.

[17Como señala Tomás Otero en Clínica del síntoma en la perversión (2020), debemos siempre tener un “…especial cuidado en no confundir la división subjetiva con la escisión del yo que más bien la encubre o la enmascara…” (p. 625) de forma claramente renegatoria.

[18Si bien excede el alcance del presente análisis, un paralelo con lo sucedido décadas atrás facilita la comprensión de un dilema que se consume moralmente en su formulación misma: si el desenlace de la segunda guerra mundial hubiese sido otro, ¿acaso la comunidad científica hubiera podido valorar positivamente cualquier descubrimiento de Josef Mengele, aún a sabiendas de los procedimientos requeridos para su realización?



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