“Bajo la sombra de la anécdota histórica como fantasma inmundo correrá por suerte el agua de las fundaciones legítimas” (O. Masotta)
“… pero esa páginas no me pueden salvar, quizás porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición” (J.L. Borges)
El estatuto siempre incierto del autor encuentra una duplicación de su dificultad al momento de producir un texto de a dos. Sin reglas a la vista, esa autoría duplicada resulta un enigma sobre el que sólo cabe inventar, cada vez, los modos de volver posible un escrito.
La escritura en común realizada junto a Ignacio Lewkowicz de dos artículos cuenta con algunos momentos previos que resulta significativo describir para situar algo de la función autor. (La mención de algunas situaciones que hacen a la historia de un encuentro de escritura merece que se la distinga de lo obsceno de la anécdota personal: se trata sólo de presentar las condiciones en las que un escrito fue producido). En un segundo momento, este artículo hará referencia a un encuentro conceptual entre un historiador y un psicoanalista.
Desencuentro en la enunciación
La víctima fue un artículo publicado en abril de 1997, firmado por Carlos Gutiérrez y corregido por sugerencias de Ignacio Lewkowicz. Algunos meses más tarde se difundió el texto Víctimas de víctimas: las ideologías de la memoria, firmado por Ignacio Lewkowicz, que retomaba el artículo anterior y avanzaba lúcidamente sobre algunos de sus tópicos e incluyendo otros.
En un espacio de trabajo compartido en la cátedra de Psicología, Ética y Derechos Humanos de la Universidad de Buenos Aires, una integrante del grupo se refiere al tema tratado por IL en su artículo. Éste, sorprendido por la referencia, dice: ¿Qué artículo? Fue CG el que escribió sobre eso. Tal equívoco resulta una magnífica ocasión para situar a la escritura como ajenidad; la que implica siempre alguna forma de extrañamiento sobre aquello que la vanidad y el mercado de los derechos de autor consideran, sin vacilar, como propio, sin la opacidad que afecta a la relación entre el escrito y aquel que se cree su dueño.
Fue a partir de esa referencia, de esa manera de nombrar la propiedad e impropiedad que afecta a todo escrito, que resultó posible a uno de los autores construir un solo texto de lo que parecían ser dos. Ese nuevo escrito fue remitido con el siguiente encabezado: pastiche, refrito o collage entre Víctimas de víctimas: las ideologías de la memoria (I. Lewkowicz) y La víctima (C. Gutiérrez) Versión ensamblada, corregida y aumentada por uno de los autores para provocar al otro. Estado actual del escrito: bosquejo, esbozo o bostezo, a la espera de algo mejor. Aclaración: prestá mucha atención a los párrafos escritos por vos porque introduje algunas cosas: a veces frases cortas, otras veces párrafos más extensos.
El texto final, Memoria, víctima y sujeto, resultado de ese cruce, ¿a quién pertenece?
El otro artículo, El mito del amor familiar: contextos alterados de adopción, fue iniciado por IL y entregado a CG para que lo continuara en el punto en que, según aquel lo entendía, debía continuarse, y para que éste le diera un cierre. Sin respetar esa intención, el texto fue modificado en su conjunto y remitido nuevamente a su iniciador, quien introdujo sus cambios y lo entregó para su publicación. Poco después, IL comentaba graciosamente a un tercero las condiciones en las que se produjo ese escrito: escribimos un artículo juntos pero separados.
Esa fórmula expresa, inadvertidamente, el modo de toda escritura. Escribimos con la palabra donada por Otro, y jugamos a la pretensión de propiedad del tejido que forjamos con ese hilo ajeno. Juntos pero separados es la fórmula de la escritura, en la que un psicoanalista cree encontrar la operación de alienación-separación en la que un sujeto se produce; en este caso, bajo la figura del autor.
Dividido por esos dos campos inseparables se funda una enunciación en la que sólo cabe ubicar un lugar y nunca un sujeto. Darse cita allí para escribir es entregarse al ejercicio imposible de escribir de a dos para que finalmente nos sea revelado que se trata tan sólo del sitio entre dos; como sucede con toda escritura.
Ahora bien, lo que supone este juntos pero separados no se detiene en la función autor (que tantas controversias generó en personas allegadas a él acerca del alcance de la autoría de muchos de sus escritos).
También pone sobre la mesa un tema sobre el que hemos mantenido una permanente polémica: Ignacio Lewkowicz se proponía pensar en la singularidad desanclada de toda marca previa, el acto como acontecimiento puro, una pura sincronía sin diacronía en la que producirse, una posesión ajena a toda herencia, en la separación sin alienación.
¿No se trata acaso de una aspiración con destino de fracaso?
¿No sería suficiente señalar que él puso en acto esa imposibilidad produciendo casi toda su obra en colaboración?
Sin embargo, también ha escrito con su sola firma, podría objetarse. Sí, pero en ese último libro –Pensar sin Estado, que publica antes de morir y que firma con su nombre solitario–, ¿no está precisamente allí otra prueba que expresa esa pretensión imposible? En las tres últimas líneas de esa obra nombra su herencia: Dejo a los varios porvenires –no a todos– mi jardín de senderos que se bifurcan; el futuro llegó hace rato; bienvenidos al jardín de los presentes. En esas pocas palabras se agolpan retazos de Borges, el Indio Solari y Spinetta. Un párrafo construido con esos retazos de lectura.
Es el modo en que elige dejarnos su herencia: la recibida y la que nos lega. Una escritura hecha con lo que ha leído. El encuentro en la escritura exige el desencuentro en la enunciación.
Encuentro en el enunciado
La presencia de una ideología de dureza granítica que sostiene la defensa irrestricta de las víctimas y una predicación ilimitada de las virtudes de la memoria ha sido unos de los puntos de encuentro entre un historiador y un psicoanalista. En particular, porque tal posición involucra una decisión en el campo de la ética. Si se afirma sin vacilar que los pueblos que no conservan la memoria están condenados a repetir su pasado y que sólo tal conservación evita el ciclo de repeticiones, nos enfrentamos con una memoria sacrificial que se alimenta sin cesar de los más crudos lamentos de los pasajeros del horror. Habitar ese lugar significa ubicarse como objeto de las reivindicaciones sociales y de las políticas de Estado que operan en nombre de los derechos del viviente. Ese que sufre sosteniéndose en la posición de objeto y afirmándose en la identidad que le confiere ese discurso, es una pieza viviente en el museo del martirio que atesora lo que ha sufrido para no olvidar.
Este forzamiento a la identidad de la víctima con su dolor constituye una operación victimaria que deja a la víctima como rehén de la memoria. De este modo opera como el recubrimiento tenaz de cualquier marca singularizante al impedir cualquier sustracción del campo de identidad sufriente.
Sólo la historización crítica de las marcas de la memoria –que interpelan al sujeto para conservarlas o para dialectizarlas ficcionalmente– permite ubicar a un sujeto responsable al señalar los modos en que un sujeto responde a esta invitación de las marcas.
La primera de las posiciones vive (sobrevive) de las marcas. La segunda, vive a partir de las marcas. En estas dos matrices de pensamiento es posible ubicar dos posiciones de sujeto, dos modalidades de relación con el pasado. El sujeto no es función de la víctima; la historia no es función de la memoria.