La vasta obra de Ignacio Lewcowicz, a cuya memoria rendimos homenaje aquí, ofrece la ocasión para pensar las cuestiones relativas a la ética y al cine. Dos comentarios de films, uno escrito en colaboración con Cristina Corea, se han detenido en el tema que nos reúne hoy.
Pensar, quizás sea el concepto distintivo de sus desarrollos teóricos. Pensar, definía Ignacio, es abrir una flecha que lleve al texto preexistente hacia otro lado. Una flecha que inaugure una orientación insospechada para el propio escrito. Pensar supone entonces alterar el texto. Y quizás, lo que es más relevante, supone la alteración subjetiva de quien escribe. Pensar se propone entonces como un procedimiento de subjetivación.
Imagino que la mejor forma de homenaje es entonces intentar llevar el texto hacia otra dirección.
En el comentario que Ignacio y Cristina hacen de La Era de Hielo se distinguen las siguientes tesis:
• cuando el mundo viviente está amenazado y no existen instituciones que garanticen la supervivencia, la decisión subjetiva de cuidados mutuos produce una heterogénea manada constituida por un perezoso, un bebé humano, un mamut y un tigre dientes de sable.
• Los cuidados son las operaciones en las que se sostiene la decisión de integrar la manada, las cuales se implementan bajo la presión de las circunstancias y que dependen de decisiones situacionales precisas y no de mandatos o saberes en trascendencia.
Es decir, la pregunta recae por el procedimiento que permite armar situacionalidad en el medio de la catástrofe.
Las tesis mencionadas siguen la línea argumental de la película que funcionó como una buena alegoría para pensar nuestra contemporaneidad. En el propósito de dibujar una flecha que nos permita ir en otra dirección, contamos con la saga que resulta una tentadora excusa para pensar nuestras condiciones actuales.
En la Era de hielo II, la catástrofe no se anuncia, llega apresuradamente bajo la forma del deshielo. A pesar de la frase de Manny, el mamut, quien vocifera: El mundo hace mil años que está cubierto de hielo y seguirá cubierto por mil años más. La inundación no tarda en llegar.
Una cierta forma de catástrofe son las migraciones, al menos esa es la circunstancia por la cual atraviesan los animales que se han constituido en la glaciación. La muerte acecha y el halcón amenazante pero taxativamente anuncia: Cuando los riscos se derrumban, las piedras se deshacen y el hielo se derrite, la corteza al final del valle es la única esperanza.
Quizás el primer efecto de la catástrofe sea el estupor que deviene del impasse producido en la irrupción de aquello que altera radicalmente la geografía previa. Aquí la catástrofe adquiere dimensiones descomunales, ya que la inundación ha llegado para quedarse. La era de la fluidez ha advenido y es sobre ese medio dinámico y cambiante que habrá que pensar en estrategias para que la vida tenga lugar.
Ante condiciones radicalmente alteradas las estrategias de reparación o recomposición resultan vanas.
Entonces, la pregunta insiste ¿qué arma situación?
En este punto deberíamos decir que la situación no está de ningún modo garantizada. Y aún más, las más de las veces constatamos la presencia de lo que Ignacio conceptualizó bajo el nombre de galpón. Es decir cuando la catástrofe se ha presentado, múltiples configuraciones pueden advenir, una de ellas es el mero amontonamiento, la sola aglomeración.
Aquí entonces cabe una primera aproximación al concepto. El galpón se distingue por sus efectos, el más claro es que lo que reúne es lo destituido: lo que pulsa es lo que ha estallado.
La disfunción, la falta de synchro entre los elementos imposibilita la ligadura. Precisando aún más, ¿dónde reside el obstáculo? En la representación. En la medida que no hay suelo común, las representaciones dejan de ser compartidas, es la representación de cada quien respecto de cada uno. Es decir, la representación pulsa en tanto obstáculo: un feroz tigre aterrado por el agua, un mamut para quien los rasgos fisonómicos parecen alcanzar para reconocer a un miembro de su manada, una mamut hermanada con dos zarigüeyas, que duerme cabeza abajo; parecen alcanzar para advertir el desacople que los reúne. El galpón es el reino de las suposiciones.
Ante la brutalidad de la disolución de la era de la hielo, son las prácticas las que van a producir las subjetividades pertinentes para construir una situación habitable.
Es decir, en tiempos de catástrofe la situación de ningún modo hay que suponerla constituida. La intervención debe recaer en su configuración.
La intervención situacional se plantea desde lo que hay, y como precisara Ignacio, lo que hay no es idéntico a lo que queda. Si lo que queda nos ubica en clave de trascendencia, lo que hay, se vuelve un término positivo acerca del cual poder visibilizar la cualidad, los sentidos de aquello con lo que nos encontramos. Es decir, el pensamiento situacional localiza el problema en términos de inmanencia, y precisamente el procedimiento contrario al galpón es la descomposición problemática, la lectura del problema en su especificidad.
Si el galpón se define como amontonamiento de términos donde cada uno de los cuales tiene una representación de la situación heterogénea respecto de los otros, la situación se funda a partir de un problema común. Ninguno de los términos heredados promueve la construcción de situacionalidad, más bien la contraría. Y aquí entonces debamos detenernos.
En tiempos estatales las instituciones encuentran garantizada la ligadura, en tiempos actuales, la ligadura hay que construirla. El primer obstáculo con el que nos encontramos para producir situacionalidad es la representación. Quizás como un efecto no deseado de las tesis que Ignacio dejó en pleno trabajo, debamos señalar que cierta lectura de las mismas, parecieran impotentizar cualquier posibilidad de intervención. Es decir no resultan potentes las afirmaciones que solo invitan a la constatación fáctica de lo que ya no hay. Podríamos acordar en que el Estado se ha desfondado, las instituciones han estallado, siempre y cuando nuestro pensamiento se habilite a pensar cual es la cualidad de aquello que ha alterado radicalmente su condición.
Estas afirmaciones, aunque podamos constatar su validez en los diferentes campos de experiencia por los que transitamos, no resuelve de ningún modo la cuestión, especialmente si se proponen como imperativos teóricos.
Se trata más bien, de advertir que las representaciones que sostenían al estado nación, no tan solo que no han caído sino que se presentan como el primer obstáculo a la hora de fundar una situación. Es decir, la primera operación que arma situación es advertir la potencia y pregnancia de las representaciones, las cuales deben ser elucidadas para que nuestra intervención en clave situacional sea eficaz. En tiempos estatales, continentales, la representación se sostiene sobre un suelo compartido, luego del deshielo, los islotes que navegan ya no se presentan como fragmentos de ese todo quebrado, han alterado su conformación. Si no se trata de fragmentos, entonces la operación más eficaz no es la reconstructiva, si no se trata de recomposición el pensamiento deberá detenerse en la cualidad de estos islotes, elucidar su materialidad e inventar para cada situación la operación cohesiva.
En el film advertimos que la ligadura se produce, entre algunas otras operaciones, cuando Ellie, la mamut, se habilita a dar testimonio de la destrucción. El testimonio así adquiere valor de procedimiento de subjetivación. Ellie deviene otra en el acto de dar testimonio. Aquí entonces ya no estamos ante el galpón sino ante una situación que revela su potencia. Potencia colectiva de subjetivación. Es decir, el testimonio es una operación producida por el encuentro, por la ligadura con otros, no es una operación solitaria es en la presencia de otros que se funda situación y se producen las subjetividades pertinentes para habitarla. Habitar una situación es producir en inmanencia sus sentidos y sus reglas, lo que supone una cierta composición de los términos que tendrán su validez y eficacia al interior de esa situación.
Si los procedimientos de subjetivación tienen por condición la ligadura con otros, aquello que Ignacio tematizaba bajo la figura del nosotros, aquí una vez más encontramos su reverso en la obstinada ardilla quien persiste en su solitaria persecución de la bellota sin poder torcer el curso de su destino.
En tanto, los animales han logrado llegar a la ansiada corteza, una pequeña arca en la que los animales deberán desarrollar estrategias para darle lugar a la vida en medio de la fluidez.