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Volumen 17
Número 1
Abril 2021 - Agosto 2021
Publicado: Mayo 2021
Series y desfondamiento


Resumen

En el año 1967 Jean Paul Sartre publica en la revista Les temps modernes, una desgrabación que le hiciera llegar Jean Jacques Abrahams, de una sesión con su psiquiatra y analista con quien se atendía desde hacía catorce años, y que registró en un magnetófono. En esta entrevista el paciente le reprocha al analista su falta de responsabilidad en la tarea de curarlo, cargando las tintas sobre el uso de ciertos conceptos teóricos con el fin de influenciarlo negativamente. La respuesta del analista refiere a la molestia de grabar esta sesión y su decisión de no continuar en presencia del aparato de grabación, poniendo en juego su propia dificultad en el manejo de las demandas y las resistencias del paciente. La publicación que Sartre decide llevar a cabo tiene la pretensión de elevar a ejemplo paradigmático una sesión psicoanalítica, que a nuestro entender fue indudablemente desastrosa. Nos proponemos en el siguiente artículo relevar los desaciertos éticos, a partir del análisis de la posición que toma el analista en torno al manejo de la transferencia, para contraponer a la intención desaprobatoria de Sartre, lo que precisamente no debería ser el Psicoanálisis. Por otro lado, en relación suplementaria con el escrito, hemos actualizado el guión de “El hombre del Magnetófono” y recreado la representación en una grabación de zoom.

Palabras clave: Posición del analista | Ética del Psicoanálisis | Manejo de la transferencia

Abstract English version

“El hombre del magnetófono”

La posición del analista

Pablo Bronstein en colaboración con Eduardo Laso

Introducción

El material audiovisual presentado es una versión actualizada de una desgrabación que Jean Paul Sartre publicó en la revista Les temp modernes, en el año 1969, luego de que Jean Jacques Abrahams le hiciera llegar al filósofo el registro, en una cinta de grabación, de una sesión de psicoterapia con su analista y psiquiatra Jean-Louis Van Nypelseer. También a pedido de este paciente, Sartre lo publica bajo el título “El hombre del magnetófono o diálogo psicoanalítico” [1], Pero ¿acaso el Psicoanálisis es un diálogo? ¿hay allí psicoanalista, o por vacancia de su lugar solo escuchamos un diálogo entre un paciente y un terapeuta?

En una Francia convulsionada por los eventos recientes del mayo del 68, y a la altura del dictado de “El Seminario XVII: el reverso del Psicoanálisis” que Lacan dedica a los cuatro discursos, y de su “Proposición del 9 de octubre sobre el analista de la Escuela”, Jean-Paul Sartre, en un movimiento desaprobatorio de la práctica analítica, y en contra de la opinión de Pontalis y Pingaud, decide publicar en la revista citada, la desgrabación acompañada de un artículo propio2 [2].

En esta sesión, el paciente increpa a su analista por haberle metido en su cabeza, durante los catorce años que duró el análisis, la cuestión del padre y de la castración, y le reprocha su falta de responsabilidad en curarlo, y ahora le pide explicaciones que deben ser registradas y socializadas (como así terminó sucediendo). El analista se niega a continuar con la sesión en presencia del magnetófono. A pesar de que el material presenta una crítica condenatoria al dispositivo analítico en tanto totalizante e ineficaz, el mismo Sartre escribe, en el comentario que acompaña la publicación, lo siguiente:

“No soy un «falso amigo» del Psicoanálisis, sino un compañero de viaje crítico y no tengo gana alguna –ni medios tampoco, por otra parte– de ridiculizarlo (…) si se ha cometido un error, comprendemos muy bien que A., que lo ha sufrido, puede indignarse, mas, a nuestro entender, el Psicoanálisis no puede ponerse en tela de juicio por este caso aislado (…) El análisis es una disciplina que intenta ser rigurosa y cuya finalidad es la curación; por lo demás tal disciplina no es única, sino múltiple” (Sartre, 1971, p. 77-78)

Dicho lo cual, después se despacha con la violencia de la transferencia y la falta de reciprocidad que plantea el dispositivo (tomando como referencia la propuesta del diván y por ende la imposibilidad de la relación cara a cara) ya que termina ubicando al paciente en un lugar de objeto, negando su dimensión subjetiva, y dejando en relación de oposición una terapéutica de la violencia y una terapéutica de la reciprocidad. Sin embargo, nada más violento que la impostura terapéutica que simula que hay reciprocidad, y juega una ilusoria relación de paridad en un cara a cara que no es más que un ejercicio de sugestión. El novelista francés Bernard Pingaud escribe una respuesta al artículo de Sartre, donde se pregunta por la utilidad de la publicación, oponiendo una objeción a los dichos del filósofo:

“Sartre no tiene nada en contra del Psicoanálisis, sea. Pero, ¿qué hace, tras haber afirmado sus buenas intenciones, sino denunciar la práctica psicoanalítica, así como la teoría en que se basa? Sostener que el rechazo del cara a cara equivale a transformar al paciente en objeto, es un argumento demasiado burdo para que el propio Sartre no responda en seguida: «Ya lo sé: el enfermo debe emanciparse por sí mismo; a él le toca descubrirse poco a poco (…) Viendo en qué términos describe él esta «claudicación semanal o bisemanal» que compara con una droga, no puedo evitar el pensar que es todo el Psicoanálisis el que pone en tela de juicio en nombre de su personal concepción del sujeto” (1971, p. 90-91)

Es decir, una concepción clásica de la filosofía que identifica conciencia, yo y libertad. Si hay alguien ubicado como objeto en un análisis, es el analista, que desde ese lugar convoca, vía transferencia, a que el paciente tome la palabra para reconocerse como sujeto de deseo.

La posición del analista en la transferencia

En función de la posición que toma el analista frente a lo que el paciente propone en la sesión, no dudamos en considerar la misma como desastrosa. Pero tal como lo expresa Pingaud, elevar a calidad de ejemplo paradigmático esta sesión, para dar cuenta de lo que es el dispositivo analítico, resulta un tanto apresurado e incluso un acto de mala fe. Allí radica la intención de Sartre que, a pesar de considerarse amigo del psicoanálisis, opta por publicar la desgrabación (con amigos así ¿quién necesita enemigos?). Proponemos analizar algunos desaciertos éticos y técnicos del analista, partiendo de la base de considerar la sesión como un ejemplo de lo que no debería ser el Psicoanálisis. La sesión comienza, en relación al analista, con un yerro en su posición:

A. — Quiero que algo quede claro definitivamente. Hasta ahora seguí tus reglas, la verdad es que no veo por qué...
Dr. X. —bueno, si vos querés... nos vamos a detener acá y es una lástima.
A. — Entonces, ¿tenés miedo de grabar la sesión?
Dr. X. — No. Simplemente no lo deseo y no lo consiento tampoco.

Lo que tenemos entonces es un paciente que demanda grabar la conversación, y un analista que no solo no lo desea ni lo consiente, sino que intenta culpabilizar a su paciente de la inminente finalización de la sesión, si insiste con la idea del registro. Que sea una lástima detenerse allí es como decirle “por tu culpa finalizamos, no es posible continuar si insistís con tu demanda”. Varias cuestiones podemos anotar a partir de este mínimo intercambio. La primera de ellas podemos categorizarla como “el corte de la sesión”, tema que fue teorizado por Lacan para establecer un procedimiento técnico en el interior del dispositivo, y que se constituye como un elemento importante en la dirección de la cura. Lacan consideró que el tiempo de una sesión no podía anticiparse ni sistematizarse (1953), porque la función del corte, en el que el paciente recibe su propio mensaje de forma invertida, permite localizar al sujeto en su enunciación. El corte de sesión introduce en el discurso del paciente una discontinuidad dirigida al sujeto del inconsciente y no al sujeto de la conciencia, siempre al acecho de recibir de su analista una interpretación del lado del saber. Vale decir que la introducción del corte aparece como intervención moral que sanciona la conducta del paciente, y no la interpelación al sujeto dirigida a la apertura del inconsciente, al punto de que está claro que no hay corte sino un tironeo que continúa durante bastante tiempo. ¿Por qué el analista no hace entrar en análisis el motivo por el cual quiere grabar la sesión para mostrarle al mundo lo mal que ha sido tratado por su analista? Se trata de un acting out dirigido al médico, que ante el mismo desaparece como tal para pretender entrar en posición de amo impotente, lo cual lo vuelve irrisorio.

A lo largo de toda la sesión aparece un analista no advertido de la presencia de una transferencia hostil, es decir, otra forma de la resistencia, como lo es también el amor de transferencia. Freud indicaba que cuando la transferencia se presentaba en su dimensión de obstáculo, por mucha dificultad que represente para el analista en cuanto a su manejo, es una oportunidad para llevar al paciente a vencer las resistencias y elevarse por encima de ellas. Un ejemplo que Freud presenta en uno de sus escritos técnicos (1914), aquel de la carrera de galgos que se abalanzan sobre una única salchicha que arroja un chistoso en el medio de la pista, olvidando la ristra completa que aguardaba en la meta, da cuenta de una manera sencilla cómo el analista cae de su función al responder desde su propio fantasma. Lacan insistía, con ese estilo provocador para abrir las orejas, que la resistencia es del analista; “El hombre del magnetófono” es en esto ejemplar. Los obstáculos en la transferencia son la indicación de que el análisis avanza en el sentido de la dirección de la cura. En la Addenda de “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) Freud elabora las cinco resistencias entre las cuales se cuenta aquella que proviene del superyó y es la encargada de la necesidad de castigo y que “se opone a todo éxito y, por tanto, también a la curación mediante el análisis” (Freud, 1926, p. 150). Veamos lo que dice el paciente al respecto:

A:— No estoy en contra tuya, pero... encuentro que abusás. Sí, abusás, abusaste mucho de mí; incluso diría que me estafaste un poco, si tuviéramos que decir las cosas en términos jurídicos, porque no cumpliste con tus obligaciones, no me curaste en absoluto; y por otra parte no estás preparado para cumplir con tus obligaciones; ya que no sabés curar a la gente, tan sólo sabés volverlos un poco más locos. Vos sabés… No hay más que preguntar a tus otros enfermos, en fin, tus «enfermos», aquellos a los que vos llamás los enfermos, aquellos que vienen a buscar un poco de ayuda y que no reciben nada

Se trata de un fragmento que nos hace pensar rápidamente en lo que Freud nombró como Reacción Terapéutica Negativa y que en “Análisis terminable e interminable” (1937) la nombra en los siguientes términos:

“Durante el trabajo analítico no hay impresión mas fuerte de las resistencias que la de una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y a toda costa quiere aferrarse a la enfermedad y el padecimiento. A una parte de esa fuerza la hemos individualizado como conciencia de culpa y necesidad de castigo y la hemos localizado en la relación del yo con el superyó” (p. 244)

Ningún analista dudaría en considerar la situación de difícil maniobra; una resistencia superyoica comanda la escena ¿No es bajo la hostilidad que el analizante le demanda a su analista ponerle fin a un sufrimiento que él mismo no está dispuesto a ceder? Pero la respuesta del analista lejos de constituirse como una maniobra de la transferencia, dimensión ética que implica una posición de neutralidad, se erige no solo como rechazo de la misma sino como una respuesta punitiva que satisface la necesidad de castigo:

Dr. X. — Te dije que terminemos la sesión si es que seguís con la intención de grabar
A. — ¿Qué? Pero ¿por qué? ¿Por qué vas a hablar por teléfono?
Dr. X. — Porque te pedí que dejaras de grabar, no quería internarte pero...
A. —¡No podrías internarme! Porque si hay alguien que debe ser internado sos vos en el caso de que se tratara de determinar quién está desequilibrado.

Freud no deja de insistir en “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1914) que la posición ética del analista implica no satisfacer ni rechazar las demandas amorosas del paciente (una demanda amorosa también puede ser formulada por la vía de la hostilidad). La demanda no es cualquier pedido que el paciente formule en un análisis, sino aquella que lo implica como sujeto en torno a la satisfacción que busca verificar en el Otro, por ello lo importante no es la demanda que el paciente le hace a su analista, en este caso grabar la sesión, sino la respuesta que espera de él; un reconocimiento de su propia satisfacción que el analista entrega sin mediación, allí donde podría argumentar que no satisface la demanda de grabar la sesión, al prohibirla. Pero en verdad se trata de interrogar esa demanda, soportando el embate de la hostilidad del paciente. Dada la cantidad de años del análisis, se esperaría que el analista pueda llegar a situar los motivos que llevan a que se produzca este acting out, en ese momento del tratamiento y ponerlo a trabajar, tolerando el odio del que se hace soporte, para poder convocar a su lectura. Freud señalaba que el modo en que el analista se ubique y resuelva las resistencias transferenciales, asegura la continuación o el final del tratamiento.

La posición de neutralidad implica no dejarse tomar como sujeto del deseo, sino más bien dejarse capturar como objeto, como semblante de a; tal es la propuesta de Lacan en “El Seminario XVII: El reverso del Psicoanálisis” dedicado a los cuatro discursos. Allí en el discurso analítico, el analista encarna el objeto a en el lugar del agente para dirigirse al sujeto del inconsciente, poniendo a trabajar al síntoma. Pero lejos de ocupar ese lugar, el analista se presenta como deseante allí donde teme, se ofende, se enoja, amenaza y castiga. Si bien la respuesta del analista es afianzarse como S1, lo que termina ocurriendo es que queda en el lugar de sujeto dividido. El propio Sartre escribe, en torno a lo que representa el magnetófono para el analista, lo siguiente:

“No hablará ante el magnetófono. La razón se debe buscar, en primer lugar, en la deontología profesional. Pero, ¿es suficiente? ¿Da cuenta del horror que siente por el magnetófono? ¿No descubre, como el objeto de un análisis, que sus palabras, de las cuales era tan avaro y que se desvanecían tan delicadamente a veces en el silencio del gabinete –un «enfermo» no es un testigo–, van a ser grabadas, inscritas para siempre?” (p. 83)

Es decir que lo que plantea Sartre es que el analista le tiene horror a que sus palabras queden inscriptas para siempre en una grabación, lo cual, irónicamente, no deja de suceder, al punto de que podemos leerlas hoy. El hombre del magnetófono ¿Quién es, el paciente o en el analista? Coincidimos con Sartre en que las argumentaciones en torno al código de ética profesional no justifican el modo como responde este analista, que no está a la altura del dilema ético que le propone su analizante. Menos coincidimos en la supuesta avaricia del analista para hablar, como si hablar mucho o poco fuera lo decisivo en una terapia, en vez de una intervención justa. Es que el propio Sartre ideó un “Psicoanálisis existencial” (dicho sea de paso, utiliza el término inventado por Freud y se lo apropia) para una dirección de la cura en la que hablar mucho sobre las categorías existencialistas (proyecto, libertad, sentido, etc.) es la base del tratamiento. La ética del Psicoanálisis no es la Ética del bien, ni la del deber, sino la Ética de un deseo que habita al sujeto más allá de su propio saber. Hacia ahí debe dirigirse toda cura.

Referencias

AAVV (1971). “El hombre del magnetófono” “Diálogo psicoanalítico”, “Respuesta a Sartre”, en La institución del análisis. Barcelona: Editorial Anagrama, 1971.

Freud, S. (1926). “Inhibición, síntoma y angustia” en Obras Completas, Tomo XX. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2008.

Freud, S. (1915). “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” en Obras Completas, Tomo XIX. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2007.

Freud, S. (1937). “Análisis terminable e interminable” en Obras Completas, Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1991.

Lacan, J. (1969-70). “El Seminario, Libro 17: El reverso del Psicoanálisis”. Buenos Aires: Paidós, 2019.

Lacan, J. (1953). “Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis” en Escritos 1. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores, 2002.


[1Publicación Nº 274 de abril de 1969 de Les Temps Modernes, revista que el propio Sartre dirigía.

[2Acompañan la publicación dos comentarios de Pontalis y Pingaud al artículo de Sartre.



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