ISSN 1553-5053Sitio actualizado en   septiembre de 2023 Visitas:

Volumen 8
Número 3

Julio 2013
Publicación: Junio 2013
Número Especial:
Homenaje a Oscar D’Amore


[pp. 82-94]

Epílogo: Homenaje

Juan Jorge Michel Fariña

Desgrabación de la clase teórica dictada por Juan Jorge Michel Fariña en octubre de 2012 en la Facultad de Psicología, UBA. Ante la trágica noticia del fallecimiento de Oscar D´Amore en mayo de 2013, decidimos publicarla tal como fue presentada ante los estudiantes, con los comentarios que evocan la enseñanza y el estilo de quien hoy no está con nosotros, pero sigue entrañablemente presente.

Esta teórica estaba tradicionalmente a cargo de Oscar D´Amore, quien lamentablemente se encuentra de licencia por razones de salud. Vamos a comenzar la presentación con un relato de Alejandro Dolina con el cual el Prof. D´Amore solía cerrar su clase. No contando hoy con su presencia nos permitiremos tomar su iniciativa para trabajarla en armonía con su estilo. Recomendamos en consecuencia la lectura de su texto “Responsabildiad subjetiva y culpa”, contenido en el libro “Clínica y Deontología”, de Salomone y Domínguez, el cual es requisito necesario para seguir las ideas que presentaremos a continuación.

De manera deliberada no trataremos aquí otros ejemplos que D´Amore presenta en su trabajo, dejando la lectura para la responsabilidad de cada quien, prefiriendo retomar en el punto en que el que Oscar concluía su exposición. Vamos a presentar el relato, haremos luego un pequeño repaso de las categorías necesarias para su análisis y volveremos luego sobre el texto.

El relato de Alejandro Dolina se llama Historia del que se desgració en el tren, y dice así:

Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35.

Y todos los días se fijaba en una estudiante morocha. Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y - a veces - ligaba una mirada prometedora. Una tarde empezó a saludarla. Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudándola a recoger unos libros desbarrancados. Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar.

Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado. No andaba mal. La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados. Sin embargo, los demonios resolvieron intervenir.

Saliendo de Haedo, la chica trató de abrir la ventanilla y no pudo. Con gesto mundano, Gorriti copó la banca.

- "Por favor..." Se prendió de las manijas, tiró hacia arriba con toda su fuerza y se desgració con un estruendo irreparable. Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón.

Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14:10.

¿Pueden distinguir en este breve relato todos los elementos que se requieren para la realización del escrito sobre responsabilidad subjetiva? En primer lugar, se les solicita presenten un escenario ficcional –puede ser un texto literario, una narración, una obra de teatro, un film. ¿Por qué una ficción? Durante mucho tiempo existió una tendencia a analizar las cuestiones éticas a partir de “casos reales”, es decir, testimonios verídicos que supuestamente nos acercaban a la realidad sobre la que esperábamos intervenir. Pero los propios historiales de Freud nos pusieron sobre aviso de que el “caso real” no nos llega sino a través de su recreación literaria, es decir de los recortes que se operan sobre él, en una suerte de creación narrativa que pasa a constituir el verdadero corazón del caso.

En segundo lugar, se les solicita que ubiquen en la situación a un sujeto “teóricamente comparable al de Ibbieta”, el personaje del cuento “El Muro”. Hoy podríamos agregar, comparable también al de Truman, el personaje del film de Peter Wair cuyo comentario impreso hemos distribuido la reunión anterior, o al del Dr. Capa, el personaje encarnado por Bruce Willis en el film “El color de la noche”, cuya lectura por Alejandro Ariel les hemos recomendado. O a los pacientes ficcionados por D´Amore en su artículo, o como veremos, a Jaime Gorriti el personaje del relato de Alejandro Dolina.

Se trata de casos fenomenológicamente diversos, pero que guardan entre sí un punto en común que poco a poco vamos desentrañando y que les permitirá a ustedes elegir el escenario del propio texto. ¿Cuál es el elemento que comparten personajes tan diversos como Gorriti, Truman, Capa, Ibbieta…?

Se trata de sujetos que llevan adelante una acción con determinado fin, entendiendo que tal acción se agota en el fin para el cual fue concebida, pero que se ven interpelados cuando esa acción resultó ir más allá o más acá de lo calculado. Ya hemos establecido que en este sentido los llamados tiempo 1 y 2 son cronológicos. Porque desde el punto de vista lógico, dijimos, el orden se invierte. Es la interpelación que tiene lugar en 2 la que advierte sobre el estatuto de 1, dándole así entidad a una acción aparentemente cancelada en sus intenciones originales. Este movimiento de resignificación de 1 por 2 pone en marcha entonces un “circuito de responsabilidad”, que se completará luego con una hipótesis clínica sobre la responsabilidad del sujeto por la acción emprendida en 1 a la luz de los indicios que lo interpelan en 2. Mientras que cronológicamente siempre el tiempo 2 sucede al tiempo 1, desde el punto de vista lógico, se da el fenómeno inverso, ya que curiosamente una acción ocurrida en el futuro puede de alguna manera modificar el pasado. Van viendo entonces que cuando tratamos el tema de la responsabilidad subjetiva es la noción misma de tiempo la que se ve puesta en cuestión.

Es allí cuando ingresan los términos Necesidad y Azar, que como dijimos están siempre presentes pero interesan a la psicología cuando no colman la situación, sino que dejan una grieta por donde el sujeto puede abrirse paso. Retomemos el ejemplo del Dr. Capa, el psicoanalista de “El color de la noche”. Tal vez no sea responsable del suicidio de su paciente –un ser humano puede quitarse la vida no obstante los mejores esfuerzos profesionales que hagamos para evitarlo. Pero lo que Ariel nos dice es que si de algo no puede sustraerse es de responder por su síntoma. Por el color rojo de la sangre que deja de ver. Y es a partir de ese daltonismo que el analista se ve interpelado por su manejo de la transferencia, lo cual evidentemente lo implica en algo de lo que sucedió en esa sesión.
Esquematizando, tendríamos entonces dos órdenes que interesa distinguir:

Son dos andariveles. En ambos casos se trata del sujeto. Pero en dos registros diferentes. Un piso inferior que hace referencia al sujeto en su dimensión social. Es el sujeto jurídico, que responde frente al código civil, al código penal. Es el sujeto moral, que organiza su vida de acuerdo a lo ya sabido sobre el bien y el mal, sobre lo correcto y lo incorrecto. Es el sujeto de la ideología, que obra de acuerdo a su mejor entender sobre el bien común. Si nos refiriéramos al Dr. Capa, diríamos es también el sujeto de la deontología, que organiza su conducta de acuerdo a los deberes que rigen su práctica profesional. En síntesis, se trata del sujeto que en la primera parte de la cursada hemos encuadrado en la lógica de lo Particular.

Y resulta por cierto imprescindible establecer la responsabilidad jurídica, moral, social, ideológica, religiosa, profesional de un sujeto. Hay para ello eminentes disciplinas académicas que se ocupan del tema –el Derecho, las ciencias políticas, la filosofía, la teología. El Dr. Capa podría responder frente a un juicio civil o penal, podría ser interrogado por los códigos de ética profesional de la psiquiatría, o incluso en el plano de sus convicciones morales o de sus creencias religiosas.

Pero Alejandro Ariel nos propone suplementar este andarivel con otro, graficado en el es quema como piso superior. Allí también transcurre una cuerda del sujeto, pero esta no tiene lugar a priori sino a posteriori de un movimiento que se origina en el andarivel inferior. Es la articulación entre un tiempo 1 y un tiempo 2 la que abre la brecha que inaugura la posición del sujeto en el otro andarivel, el cual evidentemente hacemos corresponder con la lógica de lo Universal-Singular en los términos trabajados en la primera parte de la cursada. Siguiendo los textos oportunamente trabajados de Lewkowicz y del propio Ariel, diremos que este segundo andarivel es suplementario del anterior.

El sujeto de este segundo andarivel no se agota por lo tanto en el ciudadano jurídico político, ni en el individuo, ni tampoco en la persona social. Encuentra en estas figuras la vía de entrada para la situación, pero su salida, subjetiva en el sentido fuerte, será claramente otra. Para entender esta dialéctica recomendamos una nueva fuente bibliográfica del propio Ariel. Se trata de la conferencia que lleva como título “La responsabilidad frente al aborto”, tema en el que me voy a detener ya que se relaciona con un debate de suma actualidad. La decisión de interrumpir un embarazo nos interpela en el plano jurídico, social, moral, religioso… incluso sintomático, nos va a decir Ariel. Pero todo el esfuerzo de su intervención radica en distinguir el núcleo real que supone para el sujeto tal decisión, la cual siempre excede las dimensiones particulares en las que puede circunstancialmente apoyarse. Un excelente ejercicio teórico y sumamente formativo en los tiempos que corren es por lo tanto leer ese texto y distinguir allí los dos andariveles que estamos proponiendo. Esperamos volver sobre esta cuestión del núcleo real cuando tratemos la pregunta sobre qué es un padre en la unidad sobre Filiación.

Volviendo a nuestro esquema, ahora podríamos completarlo como sigue:

Ahora bien, dijimos la reunión anterior que nuestra vida se integra de infinitas acciones organizadas de acuerdo a una intencionalidad, la mayor parte de las cuales, por suerte, se agotan en líneas generales en los fines para las cuales fueron concebidas. Caso contrario, nuestra vida sería un permanente caos. El paradigma de ese orden, llevado al extremo totalitario, es el de Truman, que como no prevé alteración alguna del orden de las cosas, saluda anticipadamente “Buenos días, buenas tardes, buenas noches”. Pero a nosotros nos interesa tomar a Truman –o a Ibbieta, o a Capa, o como veremos a Gorriti– no en la rutina del guión, sino en la excepción. En el caso de Truman, en el momento en que lo toma el film de Peter Wair, cuando fracasa el orden establecido, cuando el sujeto tiene por primera vez la oportunidad de emerger en su singularidad y responder por ella.

En el andarivel inferior entonces una acción emprendida con determinado fin –la burla de Ibbieta ante los falangistas, la intervención de Capa con su paciente Michelle, la búsqueda que emprende Truman de su amada Sylvia– retornan. Este movimiento de retorno, de retroacción, de resignificación, pueden verlo ustedes graficado en el material sobre Truman como el arco superior que arranca en 2 y vuelve sobre 1, o en el esquema propuesto por D´Amore en la página 153 del libro de Salomone y Domínguez. Noten que en su movimiento de retroacción este arco superior del grafo es atravesado por la trayectoria del sujeto del andarivel superior, poniendo a vibrar una cuerda singular que suplementa la situación particular en que se venía desplegando la historia.

Veamos esto más detenidamente. Ibbieta, para tomar nuestro caso emblemático, interrogado por el paradero de Gris y sabiendo que éste se encuentra oculto en casa del primo, decide no delatarlo. Envía entonces a los falangistas al cementerio. Pero luego cuando se nos hace saber de la muerte de Gris, y nada menos que en el cementerio, se nos ofrecen elementos clínicos que nos permiten conjeturar que la palabra cementerio pudo estar cargada de algún deseo. Deseo que alcanza a Ibbieta más allá de su propósito inicial –ver para esta hipótesis el texto de Juan Carlos Mosca y la clase de Carlos Gutiérrez, además de la desgrabación ya mencionada de la presentación sobre necesidad y azar.

Esa hipótesis, que asigna valor significante a la elección de la palabra cementerio, se sustrae a la lógica del andarivel inferior y cobra entidad en la dimensión singular del sujeto. El axioma de los falangistas “es tu vida por la de Gris” se cumple. Se evidencia así el peso de la determinación situacional –no somos responsables de todo lo que nos sucede. Pero a la vez debemos decir que la elección no calculada de la palabra cementerio se abre paso entre necesidad y azar, convocando al sujeto en un registro diferente. Registro que en sentido estricto supone una creación situacional.

¿Cómo ingresa en este contexto la cuestión de la culpa? Vamos a referirnos inicialmente a la culpa sintomática, a las figuras de la culpa que asaltan al personaje y que son una de las formas de interpelarlo. Recordemos brevemente el ejemplo de la semana pasada: el mito griego del mancebo y la damisela. Un joven se interesa por una dama de la comarca e intenta por distintos medios llamar su atención. Pero la muchacha no parece fijarse en él, hasta tal punto que el mancebo tiene la sensación de que ni siquiera ha registrado su presencia. Cansado ya de su vano intento se aleja. Pero como suele ocurrir –no han cambiado las cosas desde la Grecia clásica hasta aquí– basta que el muchacho se aparte, para que de pronto, sin saber por qué, la damisela se muestre súbitamente interesada en él. Decide entonces ir en su búsqueda, pero más pragmática que el joven, se asegura de tener éxito –tampoco en esto han cambiado mucho las cosas. Acude a la hechicera de la comarca y le encarga un brebaje infalible para el amor. Un brebaje que quien lo bebe cae perdidamente enamorado de la persona que está a su lado en ese momento. Con la pócima en mano se acerca entonces al joven y lo invita a beber. El muchacho se muestra gratamente sorprendido, ya que no había olvidado a la chica, y apura el trago. Pero con tan mala fortuna que la hechicera equivocó la fórmula, y donde debía haber habido una pócima para el amor terminó habiendo un veneno mortal. El joven bebe y tiene una rápida agonía tras la cual muere. Pero no sin antes decir “amada mía de mi vida, ¿por qué me haces esto a mí, justamente a mí que siempre tanto te amé…” Profiere un quejido, y muere.

No hemos tenido mayor dificultad en valernos de este breve este relato para organizar nuestro circuito de responsabilidad. El alumno que propuso el ejemplo tomó a la damisela como personaje para su análisis. En un tiempo 1 ella encarga el brebaje para enamorar al joven. ¿Qué ubicamos como tiempo 2? Varios estuvieron tentados de situar en ese lugar la muerte del joven. Y la intuición no está completamente errada. Sin embargo habíamos sugerido que la muerte por envenenamiento está muy cargada de necesidad, invoca determinaciones que situacionalmente corresponden al error de la hechicera, etc. Lo que sí la interpela, o debería hacerlo, es la frase que el joven le dirige inmediatamente antes de morir “amada mía de mi vida, ¿por qué me haces esto a mí, justamente a mí que siempre tanto te amé…” ¿Por qué debería interpelarla? Justamente porque el joven muere, con lo cual la damisela cae en la cuenta de que la confesión era auténtica, sincera. Porque si el brebaje hubiera salido bien, y el joven le dice lo que le dice, ella hubiera concluido que es un ingenuo: cree amarla desde siempre justamente debido a la pócima. Pero como el joven muere, ella queda súbitamente advertida de que la confesión era sincera. En otras palabras, podía haber sido amada desde coordenadas diferentes a las del condicionamiento al que intentó someterlo.

No obstante, la joven podría defenderse argumentando que ella es absolutamente inocente. Que la culpa la tiene la hechicera, que equivocó la fórmula. Y eso podría ser cierto si estuviéramos buscando un responsable de la muerte del joven –pero no es respecto de la muerte de lo que ella deberá responder. Justamente atribuir la culpa situacional a un tercero –la hechicera, la mala suerte, etc. puede aparecer como una figura que nos ponga sobre la pista de la responsabilidad pendiente. Responsabilidad no respecto de aquello de lo que se queja, sino de lo que, en forma invertida, nos deja ver el motivo de su queja. Aquí comienza a tener entidad la expresión “la culpa como reverso de la responsabilidad”.

Pero esta culpa, proyectada, desplazada, es una de las formas clínicas posibles. También podría presentarse como una culpa autoreferida –ver una vez más el texto mencionado de Oscar D´Amore para estas dos versiones. Supongamos que la damisela, consternada por la muerte del joven, decide entregarse a los gendarmes del Olimpo para ser castigada por lo ocurrido. “Yo maté a este joven. Este joven murió por mi culpa. Debo ser condenada por ello”. Y no faltará quien haga lugar a su demanda de castigo. Incluso quien quiera encontrar allí un sujeto responsable de sus acciones. Pero ya dijimos antes que en sentido estricto ella no es responsable por la muerte del joven, sino por otra cosa. Purgar una condena por un crimen que no cometió puede servirle al sujeto como coartada para no responder por una acción que sí cometió. Para el sentido vulgar, alguien que se ofrece a pagar por un delito que no ha cometido puede ser confundido con una persona responsable –re responsable, se dirá incluso. Pero para nuestra disciplina, un paciente que quiere pagar de más nos está diciendo algo. Algo que se aloja en su discurso pero que halla su efecto de verdad en otro lugar. Una vez más: quiere pagar por lo que no hizo para no responder por lo que sí hizo. En este sentido la culpa opera como reverso de la responsabilidad.

Notemos que la culpa tiene aquí una doble propiedad: vela y a la vez devela. Vela, oculta, porque resulta engañosa, sobre todo para el yo del sujeto, pero a veces también para el analista inadvertido. La carga afectiva se adhiere a un objeto nimio al que se desplaza la angustia situacional. La carga libidinal es auténtica, sólo que ha mutado de objeto. Como en ese ejemplo conocido de Freud, del neurótico que se obsesiona con la limpieza de los billetes hasta el punto de sentir culpa cuando no puede entregarlos perfectamente planchados, para ocultar la suciedad de su conducta con las niñas a las que manosea. Pero a la vez la culpa devela, permite rastrear la responsabilidad pendiente. Es justamente lo que hace Freud con su interpretación: le señala que su culpa obsesiva por los billetes tiene en su reverso ominoso la conducta reprochable para con las niñas.

Regresemos entonces al relato de Dolina que anunciamos al inicio de la reunión. Recordemos el caso –es breve y podemos leerlo nuevamente:

Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35.
Y todos los días se fijaba en una estudiante morocha. Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y - a veces - ligaba una mirada prometedora. Una tarde empezó a saludarla. Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudándola a recoger unos libros desbarrancados. Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar.

Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado. No andaba mal. La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados. Sin embargo, los demonios resolvieron intervenir.

Saliendo de Haedo, la chica trató de abrir la ventanilla y no pudo. Con gesto mundano, Gorriti copó la banca.

- "Por favor..." Se prendió de las manijas, tiró hacia arriba con toda su fuerza y se desgració con un estruendo irreparable. Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón.

Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14:10.

En este caso, nuestro recorte coincide con el relato completo. Pero siempre se trata de un recorte. Y como el del cuento de Sartre o el film comentado por Alejandro Ariel, o como en el mito griego, nuestro recorte va a ocupar siempre el andarivel inferior del esquema. En ese piso de abajo se ubica el relato situacional. Allí todo lo que hacemos es puntuar el texto, anclarlo en tiempos lógicos que llaman la atención y que justifican nuestra lectura posterior.

El sujeto lleva adelante una acción con determinados fines… Convengamos que nuestro tiempo 1 sea la intención galante de Gorriti de abrir la ventanilla. Su “gesto mundano”, como dice Dolina. Una vez más, ¿qué ubicaremos como tiempo 2 –ese tiempo de la interpelación, que va a indicarnos que la acción emprendida en 1 fue más allá de lo calculado? Y como en el caso del mito griego estamos tentados de decir: el estrépito irreparable en que se desgració Gorriti. El “pepito”, para decirlo más coloquialmente. Pero deberíamos recordar que una flatulencia que emana de nuestros cuerpos nos acerca al orden de necesidad –si ingerimos determinado tipo de alimentos y no realizamos a tiempo una adecuada evacuación de los gases que éstos generan, podrían llegar a pujar por manifestarse saliendo al exterior… etc. Gorriti podría incluso ampararse en esta fatalidad. “¿Qué culpa tengo yo de que esta urgencia fisiológica haya aparecido en el peor momento? ¿No sería acaso, podría decirnos, como el ejemplo de la semana pasada de las alumnas a las que se le caían los tubos, justo en la cabeza y por imperio de la ley de la gravedad?”

¿No estamos acaso ante un caso de vigencia plena de necesidad y azar? Sostendremos que no. Pero se trata de demostrarlo. Notemos ante todo lo que Gorriti hizo frente a la emergencia de su cuerpo. ¿Qué nos dice el relato de Dolina? Que Gorriti “se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón”. Y también que “desde ese día empezó a tomar el tren de las 14:10”. Esa conducta de huida y evitación ya no pertenecen ni a necesidad ni a azar. Por supuesto, el personaje puede insistir en atribuir a la fatalidad y la mala suerte lo sucedido, pero nosotros como analistas de la situación tenemos ya una grieta por donde interpelar al sujeto.

Alumna: ¿Sería como el caso de María Amuchástegui? (relata la anécdota)

No recordaba el caso, pero puede venir muy bien ese escenario paralelo. Porque no va de suyo que alguien deba reaccionar como ella lo hizo. Nos dicen que estaba haciendo su gimnasia en vivo por televisión y de repente se le escapó un pepito, pepito que suponemos se escuchó fuerte y claro. ¿Cuál fue su reacción? Salió de cámara, abandonó el programa… y según nos cuentan aquí, desapareció durante un buen tiempo de la televisión. ¡Hizo la Gran Gorriti! Si la interrogáramos por su conducta nos diría que estaba avergonzada, que no soportó el bochorno, etc. Pero esas figuras de la culpa deberían ponernos sobre aviso. Porque, insisto, aunque ella nos quiera convencer de que “cualquiera en su lugar hubiera hecho lo mismo”, nosotros presumimos que no es así.

Imaginemos la situación: “ 1, 2, 3… 1, 2, 3… brazos arriba, 1, 2, 3… 1, 2, 3… brazos abajo…1, 2, 3… 1, 2, 3… brazos arriba prrr”. Ella se paraliza y huye de la escena. Pero podría haber seguido: “1, 2, 3… 1, 2, 3… brazos abajo, 1, 2, 3… 1, 2, 3… prrr. ¿Oyeron? Un pepito… Sí. A veces pasa. No se preocupen. Es bueno, porque el cuerpo se deshincha, se relaja. No sientan vergüenza. 1, 2, 3…. brazos abajo, 1, 2, 3…

¡Genio total! Podemos estar seguros de que hubieran reproducido el fragmento en otros programas, podríamos asegurar que hoy sería hit en You Tube y que el rating del programa hubiera subido. Hasta podemos imaginar que la producción le va a pedir que lo repita una vez por mes, para que no decaiga la audiencia… Bromas aparte, lo que estamos diciendo es que ella debe responder por su lugar en esta historia. Su huida y desaparición de la escena le pertenecen… Pero no sabemos mucho más de esta mujer. En cambio, sí contamos con el relato completo de Dolina. Volvamos entonces a Gorriti.

Tenemos un tiempo 1 y un tiempo 2 que ahora sabemos genuinos. Estamos por lo tanto en condiciones de proponer una hipótesis clínica. ¿Qué nos dice la historia de Dolina? Volvamos siempre al texto –recuerden que el Prof. Gutiérrez les leyó el fragmento del cuento de Sartre justamente por la importancia de la fidelidad discursiva que debemos a nuestras ficciones clínicas –en nuestra analogía, el relato de Dolina evoca el discurso de Gorriti, nuestro paciente en la ficción de hoy. Dolina nos hace saber que las cosas iban bien para Gorriti, que después de haberse acercado convenientemente, saludarla en algunas oportunidades y ayudarla con los libros, la fortuna lo había favorecido con el asiento libre. Y que frente a esa oportunidad, Gorriti “aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado” Y que no andaba mal. Y la morocha, que conocía el juego, colaboraba con retruques adecuados… En síntesis, todo hacía pensar que Gorriti estaba cerca de concretar su emprendimiento de conquista. Allí es cuando Dolina nos dice que “los demonios resolvieron intervenir”. ¿Cómo interpretar esta expresión? Los demonios podrían ser la fatalidad de la flatulencia y la mala oportunidad en que se manifestó –los “demonios” podrían ser aquí como las diosas griegas, que acechan al sujeto en una exterioridad respecto de su responsabilidad. Pero también los “demonios” podrían aludir a los fantasmas del sujeto. A esas zonas ciegas del deseo de cada quien. Y es allí cuando la flatulencia, que para el yo de Gorriti es una desgracia, para el sujeto puede ser una inesperada bendición.

Si Gorriti fuera uno de esos neuróticos que dan vuelta alrededor de su objeto amoroso, para retroceder cuando están cerca de concretar su objetivo, entonces el pepito, seguido de huida y evitación, sería una elección. Tratemos de explicarnos. Digamos que la empresa de conquista tiene una escalada que conduce –si todo va bien–al encuentro íntimo con el otro. Pero ese momento añorado, no es sin temores, ya que siempre nos pone a prueba en un punto no calculable de nuestra posición frente a la castración. Recordemos el “gesto mundano” de Gorriti, la casi exagerada confianza en sí mismo y confrontémosla con la huida y la evitación. Si esto nos hablara de los temores de Gorriti, ¿que podríamos decirle, como analistas de ficción que somos aquí, a nuestro paciente?

Alumno: ¡Qué se cagó!

No estaría nada mal. Sobre todo porque la “interpretación” juega con el doble alcance de la expresión, que se utiliza tanto para una flatulencia como para una achicada, una cobardía. Cobardía no moral sino neurótica, naturalmente. “Gorriti, usted se cagó” –los terapeutas no somos relacionistas públicos– es un hallazgo, porque tiene además la virtud de anudar los dos andariveles de nuestro circuito de la responsabilidad. Se siente culpable por haberse tirado un pepito, pero debe responder por haberse “cagado”, por haber retrocedido frente a su deseo.

El ejemplo parece liviano, pero encierra una gran complejidad. Virtud del Prof. D´Amore, quien tuvo el acierto de traernos el relato –aprovecho para insistir sobre la lectura de los otros casos igualmente hilarantes y a la vez profundos que presenta en su artículo “Responsabilidad subjetiva y culpa”. ¿Dónde se sitúa entonces la hipótesis clínica? No está en el relato, a la manera de un objeto oculto ya definido que simplemente hay que encontrar. Tampoco es fruto de la imaginación arbitraria y caprichosa de quien interpreta. La hipótesis clínica es una construcción, un punto de encuentro entre el material clínico que nos provee el paciente y la capacidad de escucha que vamos desarrollando a lo largo de años en esta Facultad y que distingue nuestra profesión de cualquier otra.

Es por lo tanto la retroacción de 2 sobre 1 la que resulta atravesada por la línea del Sujeto que hemos graficado en el andarivel superior y que hace intersección en puntos que anclan una posición respecto del deseo. La hipótesis clínica se instala allí. Es efecto de ese movimiento.

Noten, finalmente, que hasta ahora no hemos hablado del tiempo 3. Está incluido en algunos esquemas, como el que acompaña la lectura de Truman o en el artículo de Oscar D´Amore y en el de María Elena Domínguez. Pero está claramente excluido de los requisitos que les pedimos para la escritura del trabajo que ocupa esta segunda evaluación. Ocurre que el tiempo 3, es decir el de un cambio de posición en el sujeto, puede estar o no presente en el recorte situacional, sin que éste pierda la fuerza que le estamos asignando.

El relato de Dolina nos deja a un Gorriti anclado en la huida y la evitación. Podríamos decir, un personaje que seguramente sigue lamentando haberse “desgraciado en el tren”. ¿Por qué Gorriti no vuelve a la carga, por qué no intenta nuevamente con la morocha? No lo sabemos, pero a veces es menos doloroso para el yo regodearse en la desgracia que ir al encuentro del deseo. ¿Cuál sería un “tiempo 3” para Gorriti? Si seguimos la hipótesis clínica que hemos conjeturado, claramente poder vincularse con una mujer sin tener que huir cuando las cosas van bien. Es decir, elegir desde un lugar diferente que el de la posición gozosa sobre lo desgraciado del suceso, sobre lo adverso de la suerte, etc.

Para finalizar, digamos que el sujeto debe responder no por el orden de necesidad, sino por la posición que adopta frente a ella. Otro tanto ocurre con el azar. No somos responsables de ciertas contingencias de la vida, pero sí de nuestra posición ante ellas.

Les dejamos, entonces, a manera de cierre, dos frases. La primera es de Oscar D´Amore y pertenece al texto antes citado. A propósito del ejemplo del hombre que elige un tacho de basura como regalo de cumpleaños para su esposa: “La resignificación de la acción de elegir el tacho de basura produce en acto un sujeto, es en este sentido que el acontecimiento es proceso de verdad. Él es su basura, no hay yerro en la elección, sino algo logrado que viene a decir algo de esa relación. Esclarecerlo, es estar un poco mejor respecto al malestar. Nada más pero nada menos.” La otra frase, más breve, es de Alejandro Ariel y va en la misma dirección: “curarse es hacer algo con el azar”.



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